Tres finales para toño: Final 3

Tres finales para toño: Final 3

Un día Antonio quedó de pie en un santiamén por el leve temblor de tierra y se sintió aliviado al saber que tuvo un mal sueño y que el fin del mundo todavía tardaba. Pero estaba algo aturdido porque en la pesadilla el cardumen de angelitos tenían alas negras en lugar de alas blancas, y asoció esa imagen con la noticia de que alguien quedaría para velorio.

No se equivocó, porque aquel día falleció  de Coronavirus una de las parejas con quien había vivido, pero no dijo si era el muchacho que lo abandonó un jueves por la noche o la mamá de su prole  a la que él había abandonado un viernes por la mañana.

Antonio comenzó a cargar con el peso de la tristeza, durante varios días no se le vio en ningún lugar público; se dedicó a leer libros sobre la muerte. Ahora de viejo le había dado por investigar a dónde se va uno cuando el corazón saca la mano, porque la peste de 2021 le recordó  que la vida se podía ir en un suspiro de mocos y tos.

Leyó de budismo para saber cómo era el cuento de la reencarnación y se inscribió en un grupo de estudio que se reunía por Zoom los lunes a las 7:00 de la noche. No volvió a conectarse desde el día en que cayó en la cuenta de que estaba muy viejo como para cambiar de religión a última hora. Prefirió mantener su confianza en el Papa, a pesar de que maldecía –y amenazaba con volverse ateo- cuando las noticias informaban de curas maricones que encima de todo eran pedófilos entre una misa y la siguiente.

Antonio pensaba que los buenos iban al cielo y los malos al infierno, pero el cuento del purgatorio lo tenía muy contrariado y hasta sentía que ese lugar era el destino de la gente que ni fu ni fa en este mundo, es decir, de aquellos que vivieron sin un propósito claro.

Rezó el Rosario ahora si como tocaba para ayudar a esas almas en pena y también para expiar sus culpas por haber abandonado a la mamá de sus hijos y perdonó de corazón al muchacho que lo abandonó a él, pero se mantuvo firme en su idea de que el mejor estado del ser humano es la soledad y no dos pendejos que se juntan para mortificarse mutuamente.

Como si hubiera tenido una revelación, se propuso corregir ciertos comportamientos.  Dejó  de contrariar a Raimundo y todo el mundo, pero siguió siendo el mismo botarate porque tenía la impresión de que su amplitud de corazón y de bolsillo le reservaría, llegada la hora de colgar los guayos, un terruño en el cielo, donde por fin podría ver si los ángeles de alas negras son reales.

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