“Quien tiene la información, tiene el poder”, dijo Francis Bacon, el filósofo, político, abogado y escritor inglés.
Por: ALEXANDER VELÁSQUEZ
Tenemos el gen del chisme. Que tire la primera piedra el que no se asoma a la puerta o la ventana. Cuatro son los dueños del mundo: un peluquero, un vigilante, un taxista y un mesero. Aclaro: Soy cuentista, así que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
EL VIGILANTE
Menos mal ya no les dicen “guachimanes”, que es un término despectivo.
Los vigilantes o guardas de seguridad se saben la vida de los residentes mejor que ellos mismos. Saben quién entra y quién sale, si borracho o en su sano juicio, a qué horas y con quién; si llega con la misma o con una distinta (estoy hablando de la ropa); si están hasta el cuello de deudas, si les vinieron a cobrar o a desconectar, o si ya los van a embargar. Pero cuando hay un robo, son los únicos que no ven nada.
Siempre habrá en el edificio alguna vecina chismosa, solterona o desocupada que se convertirá en su compinche, y qué Dios agarre confesado al resto porque qué peligro ese par.
Trátalos con la mayor consideración, de lo contrario conocerás el lado dulce de la venganza: esconden recibos y uno apenas se da por enterado cuando ya han cortado el gas, la más cara de las reconexiones para colmo de males. Le pasó a un amigo, que no le pase a usted.
A otro le desaparecieron la notificación de un parte de tránsito por estacionar donde no debía y le tocó pagar redonda la fotomulta, ya que no pudo hacer el curso para acogerse al descuento
Conozco a muchos vigilantes que son grandes personas. Prometo, en justicia, hablar un día de los residentes que también son (somos) una joyita.
EL PELUQUERO
Un peluquero podría ser escritor de novelas. Muchas veces es el propio cliente quien suelta el dobladillo de la lengua sin que nadie se lo haya pedido. Sé de uno que se sabe la vida sexual de una de sus clientas al derecho y al revés; por ella conoció a sus amantes. Más que su peluquero, es su consejero matrimonial, papel que les gusta desempeñar mientras cortan greñas aquí y allá.
La información de un peluquero valdría oro en manos de un detective privado. Si un marido quiere saber con quién le ponen los cachos, mejor que se haga amigo del peluquero de su esposa y lo trate de tú.
El peluquero lo entretiene a uno con historias sensacionales que le confiaron y algunos cuentan el milagro y además el santo.
Conozco a muchos peluqueros que son grandes personas. Prometo, en justicia, hablar un día de los clientes que también son (somos) una joyita.
EL MESERO
El mesero puede ser el más peligroso de todos los dueños del mundo. Te puede poner cualquier porquería en el plato, a veces confabulado con la cocinera, cuando no lo tratas con amabilidad, cuando no le das una chichigua de propina, cuando te quejas del mal servicio o reniegas de la comida. Esto que digo me lo confío un amigo que trabajó por años llevando y trayendo platos.
Nunca sabremos qué pasa en las cocinas de puertas para adentro; mejor no imaginárselo para no tener pesadillas que nos quiten el apetito.
Casi todos tenemos nuestra anécdota con los restaurantes. Me gustaría conocer la tuya.
Conozco a muchos meseros y cocineros que son grandes personas. Prometo, en justicia, hablar un día de los comensales que también son (somos) una joyita.
EL TAXISTA
De los cuatro dueños del mundo, el taxista es el mejor informado, porque es un buen radioescucha. Con él se habla de política nacional e internacional, sobre la Epa Colombia o el agarrón entre los hermanos Vives, Carlos y Guille, y una que otra vez sueltan alguna infidencia sobre el cristiano que se acaba de bajar.
Se sabe cuál es el camino más corto, según él, para llegar a un destino y si uno lo contradice le echa el cuento de siempre:
-Allá usted si quiere pagar más.
Entre charla y charla, es mejor no quitarle el ojo de encima, porque mientras cuenta la historia de algún pasajero adúltero, ya ha adulterado el taxímetro.
Una vez un taxista contó que recogía a una muchacha a la salida de la universidad y en el trayecto ella se disfrazaba de prostituta para darse la vida de lujos que sus padres no podían proveer. Los viejos escasamente trabajaban como burros para que la otra fuera una señorita de bien.
Conocí a una mujer a la que su esposo le compró un taxi porque estaba aburrida de ser ama de casa desesperada. La susodicha se enamoró de un pasajero (¿o al revés? Bueno, ¡el orden de los cachos no altera el resultado!) y mandó a los sótanos del infierno doce años de matrimonio con dos hijos adolescentes. Nunca como en este caso resultó tan cierto el dicho aquel: nadie sabe para quién trabaja.
A mí una vez me bajaron de un taxi solo por atreverme a preguntar:
-Señor ¿Cuál es el trayecto más corto?
-Usted sabe que en esta ciudad el tráfico es un caos y no hay trayectos cortos, me respondió con cara de energúmeno.
En el fondo el tipo por allá no quería ir cuando le di la dirección. Porque así son.
Conozco a muchos taxistas que son grandes personas. Prometo, en justicia, hablar un día de los pasajeros que también son (somos) una joyita.
MORALINA
Esto no es una fábula pero tiene moraleja. Es mejor que al peluquero lo escuches en vez de confesarte, que al mesero le des buenas propinas, que al vigilante le lleves manzanas o mogollas y al taxista no le hables mucho porque alguno de los dos puede terminar enamorado o haciendo propuestas indecentes. Ya saben, este es el país donde vuela el que menos corre.
Disfruten la canción de El Chisme, chismosos.