Vengo a decirles que seré abuelo

Vengo a decirles que seré abuelo

«Con amor para mi hija Paula Camila y aquel ser maravilloso que nacerá en tiempos de pandemia»

Por: ALEXANDER VELASQUEZ

Yo era de los que pensaba como la canción de Guayacán Orquesta: “abuelo no quiero ser”.

“Abuelo, no quiero ser, muchachita

Abuelo no quiero ser, todavía

Chévere que esperes…

Chévere que chévere

Dame una esperita, muchachita

Estoy muy joven para ser abuelo”

Pero me vine a dar cuenta que la decisión de ser o no ser abuelos no depende de nosotros. Así como tampoco lo fue de nuestros padres, cuando nosotros les dimos nietos.

Es raro que una persona con cuatro hijos como yo no quisiera ser abuelo, viniendo además de una familia rica en valores y nietos, porque mi abuela Evelia tuvo 10 hijos y 32 nietos. Uno de ellos, mi hermano Carlos, fue abuelo cuando apenas tenía 36  años de edad. Hoy tiene 44  y su nieta 8. ¿Queda claro el aporte de mi familia materna a la explosión demográfica?

Siendo sincero, yo era de los que decía en voz baja:

-“Para qué traer más criaturas a este mundo tan descuadernado”.

Sigo pensando que el mundo está hecho un miercolero, como decimos coloquialmente en Colombia,  pero aún así la vida es bella y, como  las buenas películas, creo que debería tener segunda parte. Por eso creo en la reencarnación.

A esas alturas, ya habrán adivinado lo que vine a decirles: sí, seré abuelo. ¿La fecha probable? Mediados de noviembre. Recibí la noticia sin anestesia y por teléfono, a causa del aislamiento social por el Coronavirus. En otras circunstancias una noticia así me habría causado un soponcio. Fue todo lo contrario: sentí la misma alegría que cuando supe que iba a ser padre y hasta tuve una fugaz revelación en la que me ví como un abuelo orgulloso y alcahueta. El amor que uno como papá siente por los hijos  es tan grande que alcanza hasta para los hijos de ellos.

Ya me veo contándole a él o a ella que nació en tiempos del Covid 19.

-¿Y eso qué es abue? me preguntará, y yo tendré mil anécdotas para contarle y las fotos del “feis” para mostrarle.

Ya me veo comprándole cuentos infantiles y visitando juntos las librerías.

Ya me veo llevándole a comprar  helados, como premio por comer frutas y verduras.

Ya me veo tumbado en el piso, de caballito, con él o ella  sobre mi espalda, como hacía con mis hijas mayores, sin importar lo ridículo que pueda verme.

Ya me veo hablándole de lo importante que es hacer ejercicio y alimentarse saludablemente, mientras pasa del triciclo a la bicicleta.

Ya me veo regañando a los padres porque no le dejan hacer su bendita gana.

En fin… me veo malcriando, que es lo que mejor saben hacer los abuelos con sus nietos.

Confiando en Dios, este fin de año me graduó de abuelo y haré mi propia lista de nombres para la criaturita, esperando que mi opinión cuente.

Si no, él o ella se enterarán a su debido tiempo.

-Yo quería que te llamarás fulanito o fulanita.

-Ay, abue, menos mal no te hicieron caso, me responderá, y entonces nos reiremos toda la tarde de nuestras ocurrencias.

Porque esa es la gracia de los nietos: vienen a este mundo para alegrarnos la vida en el último tramo de la existencia, para tener a quien contarle nuestras hazañas y pilatunas de cuando éramos jóvenes, para volvernos niños otra vez al lado de ellos  y regresar al comienzo de todo cuando nada nos preocupaba, salvo jugar, ensuciar la ropa y agarrar una gripa al empaparnos de lodo en días de lluvia. Y yo, un adicto a tomar fotos,  tendré la cámara de mi telèfono lista para hacerle muchas, como hago con mis hijos aunque a veces a ellos les de pena.

La Real Academia de la Lengua Española dice: “Abuelo/la: Persona anciana”. ¡Ja! Creo que se equivocan. Porque seré abuelo sin haber cumplido los 50 y todavía me siento con bríos, me mantengo activo y procuro caminar a paso ligero una hora tres veces por semana y los demás días me ejercito en casa mientras se acaba el encierro y abren de nuevo los gimnasios. Un abuelo que no esté en buena condición física corre el riesgo de no disfrutar a sus anchas de los nietos.

Señores de la RAE, les propongo una nueva definición: “Abuelo/la: persona alcahueta y feliz con nietos”. Suficiente.

Ya me veo enseñándole a hablar correctamente. Quiero que  desde cuando suelte la lengua aprenda a decirme «abuelo» y no abue, para que no pase como con mis hijos que me llaman pa en lugar de papá, culpandome por no haber corregido esa malformación del lenguaje a tiempo. Es cierto que en época de crisis hay que economizar pero nadie dijo que también las palabras.

Los de mi generación crecimos con Heidi, una tierna niña de cinco años que vive en los Alpes suizos y adora su abuelo, de quien nadie conoce su verdadero nombre, ni siquiera la sabionda Wikipedia.

Este dibujo animado, que se estrenó en 1974 y está basado en la novela infantil homónima de la escritora suiza Johanna Spiry, es el referente más amoroso que tenemos de la relación entre un abuelo y su nieta, a pesar de que el “Viejo de los Alpes”, como lo conocen en el pueblo de Dôrfli, al comienzo de la historia es un hombre huraño y solitario.

Ahora que lo pienso, quizás de manera inconsciente me habìa estado preparando para mi nuevo papel de abuelo.

-Si es niña se llamará Heidi. Si es niño, que se llame Sergio Luis para que lleve uno de mis nombres.

Notas del artículo

Video oficial de “Muchachita”, la canción de Guayacán Orquesta

https://youtu.be/a45K2SY1270

Primer capítulo de la serie animada Heidi en Youtube

https://www.youtube.com/watch?v=lHty7_a9-Do&list=PL5eW2Nx26w5gHznVt19lBl3iUG66VtmSP

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