“… la vida y la muerte son una, así como son uno el río y el mar. En lo profundo de vuestras esperanzas y deseos, descansa vuestro conocimiento del más alla”. Khalil Gibrán, poeta libanés.
En memoria de Carlos Esteban Fuentes Sepúlveda
8 de julio de 2004 – 13 de septiembre de 2020
Con todo mi amor, para mi sobrino, que está en el cielo, y para Aura, Carlos y mi sobrina Angélica y sus dos hijitos, que están en la Tierra.
Por: ALEXANDER VELÁSQUEZ
¿Sabes? Cuando supe que te habían matado, mi alma se quebró. Lloré por ti, niño. No puedo, ni podré jamás, imaginar lo que sintieron y siguen sintiendo tus amorosos padres, más siento una profunda compasión por ellos y por nosotros.
En ese momento ya no importó lo que yo estaba haciendo. Cerré los ojos, como derrotado por la amargura, y recordé aquel niño tierno y bonito del que siempre dijimos que eras la fotocopia de tu papá con la tierna dulzura de tu mamá.
¿Sabes? Cuando supe que te habían matado, comprendí de mala gana que la muerte es así, a veces maleva, a veces tramposa, pero nunca impuntual.
Cuando supe que te habían matado, no maldije a tu verdugo. Tampoco quise preguntar por qué lo habían hecho. Recordé las palabras de tu tía Estella que el jueves anterior a tu partida me dijo que solo Dios juzga, y ella tiene razón… aunque no por ello dejo de sentir rabia en mi corazón por lo que te hicieron.
Hubiera querido no tener que escribir este obituario. Hubiera preferido llamar a preguntar si querías recibir un libro para Navidad, y yo te lo hubiera regalado, claro que sí.
Tenías apenas 16 añitos, y ni siquiera me acordé de publicar algo en tu muro aquel 8 de julio. Te fuiste siendo un chiquillo, estabas “en la edad en que los sentimientos estallan con inocencia”, como dijo el escritor Honoré de Balzac, y lo supe porque volví a husmear en tu primer Facebook y encontré que habías posteado la letra de una canción que habla de las desdichas de un enamorado. Me tomó tiempo averiguar que esa canción la escribió un rapero venezolano llamado Canserbero, así, con s y no con c. ¿Y sabes? Reí mucho con uno de los versos. porque me acordé que es la edad de los primeros besos… donde vienen secretamente ocultas las primeras decepciones.
Releo lo que escribiste
Cuando éramos felices o más o menos felices
Y sentía como mariposas
Lo que hoy sé que son lombrices
Me parece que también debiste sonreír al leer esa última parte, ja ja ja.
¿Sabes otra cosa, niño? También reí cuando leí en aquel muro que eras Supervisor en Warner Bros Entertainment y no tardé en mirar más abajo que te gustaba el Demonio de Tazmania, Bart Simpson y otras caricaturas. Hoy contemplo los videos de ese campeón que hacía piruetas con la bicicleta. Me hubiera encantado haberte hecho un video así, y a lo mejor hasta me habrías enseñado tales maromas, aunque te confieso que ya soy viejo para esas cosas.
Tus padres han estado muy abatidos, devastados, pero tan pronto los vea les diré que cuando se sientan así, miren esta fotografía tuya y que luego cierren los ojos, porque en ese fugaz instante estarás con ellos.
Unos días atrás, antes de que te fueras, una amiga me contó que todos los seres humanos venimos a este mundo con los días contados. -“Se trata -me dijo ella- del contrato sagrado que uno hace antes de venir a la Tierra. Uno tiene ya todo programado para los aprendizajes, las personas con las que se va encontrar en el camino y todas las situaciones perfectas para crecer en la vida, antes de volver a fundirse con el Padre y la Madre Divinos”.
Me gustó escuchar esas frases y seguí atento a su relato. -“Esa elección la hace la Esencia Divina, o sea Dios, que está en mí y está en ti, y en todos los seres humanos”.
Las palabras de mi amiga me conmovieron tanto que hallé demasiada tranquilidad.
Luego recordé que hace muchos años leí un libro titulado “La prueba del cielo”, escrito por el neurocirujano Eben Alexander; de inmediato lo busqué en la biblioteca y ví algo que subrayé entonces, porque aquel científico afirma que volvió a la vida después de visitar el cielo.
«El lugar en el que estuve es un sitio maravilloso, reconfortante y lleno de amor. No tengo miedo a morir porque ahora sé que no es el final».
Niño, cuéntame tu versión del cielo, cuéntame cuál de las criaturas celestes se carcajea más duro con tus ocurrencias.
Despliega tus alas y, cuando quieras, entra en nuestros sueños para que nos dejes ver cómo es el cielo donde ahora juegas y montas bici con los demás angelitos.