En Netflix hay una serie que brilla por su mezcla de humor fino con situaciones dramáticas. Es como una clase magistral que, en serio y en broma, nos prepara para la vejez. Ya hay dos temporadas al aire, la tercera se estrena el 28 de mayo.
Algunos le temen a la oscuridad y la inmensa mayoría le teme (¿tememos?) a la vejez, aunque no nos gusta reconocerlo.
La primera película de Michael Douglas que vi fue “La Guerra de Los Roses”. Se estrenó en 1989. Entonces él tenía 45 años (nació el 25 de septiembre de 1944, según Wikipedia) y dos años antes había debutado en otra cinta taquillera con escenas subidas de tono: “Atracción fatal”.
Ahora me vuelvo a encontrar con Douglas en la pantalla chica de Netflix protagonizando una serie que me ha hecho reír desde el primer capítulo. En la plataforma están disponibles las dos primeras temporadas, con ocho episodios de media hora cada uno. Se llama El método Kominsky. La tercera temporada se estrena el 28 de mayo del 2021.
En tiempos de pandemia, cuando el temor a la muerte se ha vuelto tema obligado, esta serie es una buena alternativa para tomarnos la vejez con más risas que chocheras.
Douglas personifica a un actor que, ya retirado, se dedica a dictar clases de actuación. La excusa perfecta para recordarnos, con humor y frases inteligentes, que la llegada de la tercera edad significa básicamente dos cosas: se fueron los bríos de los 20 pero todavía respiramos. Lo acompaña su agente, el octogenario Alan Arkin (26 de marzo de 1934).
Y es que hemos crecido escuchando frases como “El abuelo se puso chocho” o “La vejez es deseada, pero cuando llega es odiada”, lo que haría pensar que se trata de una edad más bien aborrecida, en la cual –casos he visto- a las personas se le trata como muebles que estorban, -vejestorios sería el término correcto-, como si la sabiduría de los años se devaluara a la par que el peso colombiano.
Por esa misma razón, encuentro apropiada esta tragicomedia que confronta al espectador con situaciones típicas del último tramo de la vida: la muerte de los amigos, la relación con la gente joven, incluidos los hijos, el amor/sexo, las enfermedades, la relación con el dinero y las posesiones materiales, la espiritualidad… etcétera, etcétera.
Después de estar solo por mucho tiempo, el septuagenario protagonista tendrá una cita romántica, no en un bar como la mayoría pensaría, sino en el funeral de su mejor amiga, quien para complicar las cosas ha dejado instrucciones precisas para que la pongan en un féretro hecho con madera de un barco hundido. ¡Hágame el favor!
¡Me encanta cuando el guionista le da una licencia a la difunta para que “regrese” de vez en cuando a la Tierra a ver cómo está todo lo que dejó! Otra escena memorable: Danny DeVito aparece en el papel de médico urólogo, listo para practicarle el examen de la próstata a Douglas.
Que nuestra vejez sea drama o comedia dependerá de cómo nos preparemos a partir de ahora. Ya sabemos que de la decrepitud nada nos salvará a menos que muramos jóvenes o inventen -¡por fin!- la anhelada fórmula de la eterna juventud. En esas anda la ciencia pero en concreto por ahora solo tenemos cremas y botox… ah, y cementerios con bonitas praderas y ataúdes cada vez más pomposos.
En cualquier caso, si hay alguien allá arriba escuchando, que Dios escuche esto: si he de llegar a viejo… ¡no quiero ser ni vejestorio ni viejo verde!