Nadie nos prepara para los finales tristes

Nadie nos prepara para los finales tristes

Por: ALEXANDER  VELASQUEZ

¿Qué si pienso en la muerte? Si, tal vez más de lo que debiera

Un día, de hace unos seis años, mientras tomábamos unas copas alegremente, una prima me preguntó:

-¿Usted no se piensa volver a casar? Le respondí que me sentía feliz así, nuevamente soltero,

-¿Acaso cuál es el afán?, pregunté a mi turno.

Mi prima insistió:

-Mire, no se vaya a quedar solo. Porque sería tenaz llegar a viejito sin compañía.

Antes de esa conversación, tuve otra con un amigo a quien aprecio mucho.

-Bendecido usted que ya tiene cuatro hijos,  me dijo. Antes de que yo pudiera darle las gracias, agregó: -Así, cuando esté en las últimas, tendrá quién le pase un vaso de agua.

Debo decir  que ambas conversaciones fueron reales y que ambas me causaron cierto disgusto que supe disimular. Sin embargo,  ahora que lo pienso, aquellas charlas  me dejaron  lecciones importantes. La primera dice mucho acerca de la manera cómo se nos educa en esta sociedad. Nos hacen creer que si o si hay que estar en pareja. Que esa es la felicidad última. Como si vivir solo –lo que es muy distinto a sufrir de soledad- fuera algo mal visto. Ni que fuéramos  especímenes  venidos de Marte o de tres cuadras más allá.

No es sino darse una vuelta por un ancianato  –qué palabra más odiosa-  para darse cuenta que muchas personas llevan tiempo muriendo en esos lugares sin que nadie las visite, y la mayoría, supone uno, tendrá hijos o al menos otros parientes que pudieran estar pendientes. De hecho, conocí la historia de una mujer humilde que trabajaba  como aseadora en un sanatorio cerca a Bogotá –también los llaman psiquiátricos- y un día ella, al ver a un hombre  de setenta y pico de años, al que nadie visitaba, decidió dedicarle, desde ese día,   algunos minutos para conversar  con él y brindarle compañía, así fuera momentánea, haciéndole saber que a alguien le importaba.

Con el tiempo esa mujer se endeudó con  el  banco y estudio geriatría de noche; ahora ejerce ese noble oficio en el mismo lugar donde antes lavaba baños y fregaba pisos. La suya es una historia de compasión y superación que un día quiero investigar juiciosamente, porque es como la parábola de alguien que encontró su propósito en esta vida. Porque el propósito de vida no debe ser exclusivamente  juntarse y procrear. Debe haber un fin mayor que tiene que ver –creo yo- con lo personal, con lo individual, con algo que está dentro de uno, -no afuera, ni en los demás- y que cada cual  debería esforzarse por encontrarlo, incluso si está o no en pareja.

-Cantad y bailad juntos, estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente.

Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañero se adueñe de él.

Khalil Gibrán, poeta libanés (Del libro El profeta)

Muchas personas sacrifican sus propios sueños por ir detrás del amor. No digo que esté mal. Bien por los que lo han encontrado y bien por quienes son genuinamente felices teniendo compañía bajo el mismo techo.  Cada criatura elige la manera como quiere estar en este mundo, lo importante es entender que nadie hará por nosotros lo que no hagamos por nosotros mismos, por más atenciones que nos profesen.

¿Cuáles son mis argumentos? Mi prima perdió a su joven marido recién empezaba la pandemia. El hombre murió de Covid-19, lejos de ella y de los hijos. Qué ironía: él estaba casado y murió solo. A menos que ella encuentre una persona que pueda amarla –y espero de corazón que así sea- muy seguramente llegará a viejita sola, claro, eso si Dios no dispone otra cosa antes, porque al mundo de los mortales venimos sin garantía por los daños y sufrimientos que debemos soportar.  En las bodas suelen decir -“hasta que la muerte los separe”, pero la frase es opacada por otra  que produce mayor felicidad -“puede besar a la novia”, y en medio de tal éxtasis se nos olvida que hasta los matrimonios más felices han tenido  fecha de vencimiento. A la gente tampoco se le prepara para asumir esos finales tristes.  

Una amiga, que se ennovió recién pasados los 40 -ya debe estar por los 60-, me dijo un  día: “Fui  una solterona feliz, fui una esposa feliz y ahora soy una viuda feliz”. Esa frase, increíblemente inteligente, no necesita explicación. Algún día la convenceré para que cuente su historia porque es de telenovela.

En cuanto al amigo, aquel que se alegró por mis cuatro hijos, le dije en tono seguro:  -“No creo que haya traído hijos a este mundo para recibir de ellos un vaso de agua en mi lecho de enfermo. Quiero que ellos vuelen tan alto como puedan, que viajen si es posible y tengan las oportunidades que no tuve a su edad”.

-“Vuestros hijos, no son vuestros hijos. Son los hijos y las hijas de la vida, deseosa de perpetuarse. Vienen a través de vuestros, pero no vienen de vosotros. Podéis cobijar sus cuerpos pero no sus almas. Porque sus almas viven en la casa del porvenir, que está cerrada para vosotros, aún para vuestros sueños”.

Khalil Gibrán, poeta libanés (Del libro El profeta)

Por lo demás, procuro cuidar de mí, de mi cuerpo, de mi mente y de mi espíritu, reconociendo que la espiritualidad es la asignatura en la que me voy rajando. ¿Pienso en la muerte? Claro que sí, tal vez más de lo que debiera. Y quiero aprender a no temerle; por eso leo mucho y cuestiono todo acerca de mis propias creencias. Pero cómo no sé cuándo ni cómo llegará, por ahora me dedico a vivir, deseando tener siempre las fuerzas suficientes para procurarme más de un vaso de agua al día.

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