En memoria de Evelia Irreño, la mejor abuela del mundo.
El tiempo se me devolvió en la cara. Recordé cuando amenazaba con pegarme y no me pegaba, y cuidadito si alguien se metía conmigo.
La abuela llevaba semanas llamándome para que la visitara. A sus 79 años, ya casi no veía. Sus ojos se nublaron a causa de la diabetes y de los muchos años que vivió esclava de una máquina de coser para levantar, junto con el abuelo, a una docena de hijos y a mí, entre costura y costura, dobladillos, remiendos y confección de vestidos a la medida de los señores y las señoras. Fueron modista y sastre desde jóvenes, cuando vivían en Restrepo, Meta, y lo siguieron siendo al llegar a Bogotá, aunque en el trayecto vivieron en diferentes pueblos.
Mi abuelita alcanzó a conocer los teléfonos celulares. Una de sus nietas le marcaba y yo hablaba con ella. Siempre inventaba lo mismo.
-Ahora no tengo tiempo. -He tenido mucho trabajo. -Un día de estos seguro voy a visitarla, abuelita Y más excusas por el estilo.
-Lo único seguro es la muerte, decía ella, siempre tan sabia con los dichos.
Y un día de estos nunca llegó. Un día simplemente me llamaron para informarme que estaba hospitalizada.
-Dijeron que es apendicitis, me contó una de las tías. Luego la regresaron a casa porque ya el dolor estaba controlado. Me confié y no fui a visitarla tampoco ese fin de semana. Cuando quise ir ya mi abuela había sido internada por segunda vez en el transcurso de apenas unas horas.
No le dieron más de alta: se fue al cementerio Jardines del Recuerdo, faltando apenas un mes para cumplir sus 80 añitos.
No tengo palabras para expresar lo que he sentido desde su partida: 8 de febrero del 2013. El abuelo nos había dejado tres años antes, el 26 de diciembre de 2010, sin alcanzar a ver otro año nuevo. Sus cuerpos quedaron en el mismo jardín pero sus almas debieron encontrarse en el cielo.
La abuela no tuvo apendicitis. Tenía un tumor cancerígeno en el estómago. Los doctores se habían equivocado y de qué manera. Pensé con rabia lo mismo que se dice en estos casos:
-Los médicos también se mueren.
Fui a verla al hospital. Estaba intubada y sus manitos todavía tenían la tibieza de la vida. Recuerdo que llevé la Biblia que ella me regaló y le leí dos veces el Salmo 23, mientras sostenía su mano izquierda. Al terminar la lectura, le dije que no se preocupara por nada, que se fuera tranquila, que estaríamos bien.
No sé porqué dije todo eso, a lo mejor porque sentí que era el final de mi viejita, al menos en este mundo. Por una de sus mejillas rodó una lágrima y entonces supe que ella me escuchó. Sentí la fuerza del amor tan grande que tuvo para mí, el mayor de 32 nietos. No tengo palabras para explicarlo pero así fue.
El tiempo se me devolvió en la cara. Recordé cuando me enseñó a leer y escribir, recordé cuando me pedía restregar su espalda con un estropajo. Recordé cuando amenazaba con pegarme y no me pegaba, y cuidadito si alguien se metía conmigo. Recordé cuando me metía debajo de las camas y ella usaba un palo de escoba para sacarme. Recordé cuando me llevaba a Almacenes Ley y sin que ella se diera cuenta yo me robaba las Lecheritas. Recuerdo que me peinaba con agua de panela porque mi cabello era arisco, ya no tanto. Recordé cuando la acompañaba a San Victorino. Allá me compraba los uniformes del colegio y los libros. De ella aprendí el arte del regateo. Era la mejor pidiendo rebaja. Y los vendedores la conocían por su malgenio, pero la esperaban con ansías y un saludo amable porque era una clienta fiel.
Todo lo que soy se lo debo a mi abuelita admirable. Y yo, en pago, ni siquiera fui capaz de visitarla ese último mes. No me lo perdono.
Tuve que verla en aquel cuarto frío sobre una camilla quirúrgica, alumbrada por una lámpara cielitica, de esas que producen una luz homogénea fría y sin sombra.
Vivo con el remordimiento de haberla dejado esperando en su casa de la loma, sin saber lo que me quería decir y sin agradecerle por la buena crianza. Ya no tengo cómo remediar eso y a veces he llorado, como ahora que debo tomar una pausa antes de continuar.
Tenía que ser así para darme cuenta que aprendí de su ejemplo, fue mi heroína y ella no lo supo.
-El paraguas no es para el primer aguacero, nos decía para enseñarnos que las deudas había que pagarlas.
-Quien se roba una agua aguja, es capaz de robarse un banco, me dijo la vez que de niño me pilló cogiendo monedas ajenas.
Cuando me fui de la casa a los veinte años, para tener familia e hijos, me llevé orgulloso las cosas que, a plazos, me hizo comprar con los primeros sueldos. Un año antes hice un berrinche y me fui de la casa dándomelas de adulto y a los dos meses estaba de vuelta, flaco del hambre y con el rabo entre las patas, agradeciendo a Dios que volvía al “Hotel Mama”.
Siempre se emocionaba al verme llegar. Yo me alegraba de verla pero siempre estaba de afán. Ella me molestaba porque decía que iba como en visita de médico.
-Yo no pido que me traigan nada, solo quiero que me visiten, solía decirnos.
Ese viernes, a eso de las siete de la mañana, me levanté de un sobresalto. Dos veces he quedado súbitamente de pie, sin alcanzar a abrir los ojos. Una vez que tembló fuerte en Bogotá y ese día de hace ocho años. En ese momento supe que Dios la había mandado llamar, a ella, una buena mujer cristiana que leyó la Biblia todos días hasta que sus ojitos le dieron permiso. Al rato llegó la confirmación por teléfono, con la rapidez con que llegan las malas noticias.
Pero mucho antes, cuando quedé de pie, supe que era ella; a nadie se lo había dicho hasta ahora. Vino a este apartamento a despedirse. Fue ella quien me buscó para perdonarme por las veces que la dejé plantada y con el almuerzo servido.
Personas que vienen dicen que han visto la sombra de un ser que pasa de una habitación a la otra. Yo les digo -para asustarlos más- que es mi abuelita que nunca me desampara. En la alcoba principal tengo un cuadro con dos personas jóvenes que representan a Adán y Eva. De vez en cuando esa imagen se mueve, y no dejo de preguntarme si alguien lo mueve, si está desajustada la puntilla que lo sostiene, si son leves temblores de tierra o si es la abuela que me cuida.
La enfermedad se la llevó rápido, sin dolorosas quimioterapias. Ese fue nuestro único consuelo. Ahora, muchos años después, pienso que el del afán era Dios para tenerla a su lado. Y que, cuando sea mi hora, también Él me perdone por desalmado.
Ay mi lucho poco trate a tu abuela pero se de su grandeza por que tu eres el reflejo de ella .. Llevamos mucho tiempo desconectados pero se del gran ser humano que eres y se de aquel niño no le juicioso e intelecto … Se que ella donde este te cuida y proteja ellos son tus Ángeles por que se lo mucho que te amaron. Y no hay nada que perdonar., son las carreras de la vida que uno no sabe organizar .. Que hermoso escrito lucho te felicito .. Eres grande y se que tus abuelos están muy orgullosos de ti al igual que yo .. Que no hago parte de tu familia pero se lo grande que eres si. Que nadie me lo cuente .. Un abrazo inmenso