Los que vivimos solos

Los que vivimos solos

Por: ALEXANDER VELASQUEZ

Vivo solo. Conformo lo que el Dane llama un hogar unipersonal. Cualquiera pensaría que paso mis días de encierro con tedio, aburrimiento y al borde la locura. No es así. Muchos de quienes optamos por este estilo de vida tenemos conciencia de que el nuestro es justo eso: un estilo de vida que rompe con los mandatos sociales, aquellos que han enseñado por generaciones que la felicidad está en convivir con otro bajo el mismo techo, ya sea casado, en unión libre o amancebados, como decía la abuela. Es decir, nos prepararon para crear dependencias (todo lo contrario a aprender a estar bien a solas con nosotros mismos) y por eso, cuando los otros se marchan  de nuestro lado salen a flote los vacíos, ese drama de sentir que solos no somos nada.

Los resultados del  último censo nacional del Dane (2018) señalan un aumento de los hogares unipersonales en Colombia: pasaron del 11.1% en 2005  al 18.5% hoy. Según la entidad, para el caso de Bogotá (donde se contabilizaron 2.514.482 hogares), el porcentaje aumentó al 21.7%; siendo más frecuentes en las mujeres mayores de 50 años y en hombres entre los 25 y los 40, que viven en localidades como La Candelaria, Chapinero, Santa Fe y Teusaquillo. 

Soy parte de esa estadística desde el 2006. Pero a decir verdad no vivo ni en soledad ni mucho menos aislado. Cómo hacerlo con la invasiva tecnología que nos abruma y que a un periodista le obliga a mantenerse conectado casi que 24/7.  Yo hago la trampa: me desenchufo por completo (celular y tablet quedan en la sala cuando es hora de dormir) para evitar la gente que invade virtualmente nuestros espacios, a través de lo que comparten. Un virus tan peligroso como las benditas notificaciones.  

¿Cuántos están felices de su hogar unipersonal? No lo sé. Muchos a lo mejor querrían estar con alguien y no han tenido tal dicha, o llegaron de provincia a estudiar o son viudos o pensionados… incluso, conozco quienes tienen pareja y, como los loros, cada cual en su estaca. Es decir, el equivalente a “mundos unipersonales” en la misma casa o, peor, en la misma cama.

Los solos y solas no somos bichos raros como el Coronavirus. Simplemente las circunstancias nos enseñaron a saber vivir la mayor parte del tiempo para nosotros mismos. El resto de horas  se va en la oficina (ahora teletrabajo o home office que es más elegante)  o en fin semana con la familia -que muchos la tenemos, claro, soy separado y tengo cuatro hijos- o con los amigos-. Habrá, por supuesto, también personas realmente solas que en este momento requieren de atenciones especiales, y que merecen nuestra  solidaridad como vecinos; son las condenadas al olvido.

Me aterró ese  artículo de prensa que habla de conflictos de pareja que afloran en  el encierro y terminan en separaciones como sucede en China. El diario español El País lo resumió así: “La cantidad inusitada de divorcios durante el periodo de aislamiento  por el coronavirus en Xi´an intriga al mundo. ¿Ha hecho la convivencia prolongada forzada que muera el cariño?”.

Los solos y solas no nos enfrentamos a ese nuevo síndrome. Menos a la violencia intrafamiliar que debe crecer silenciosamente  por estos días.  

Ante semejante panorama,  uno se siente identificado con la máxima de la filosofía popular: “mejor solito que mal acompañado”. Por algo el actor Diego Trujillo tuiteó con sarcasmo: “El único aliciente de esta cuarentena es ser divorciado”. A lo que yo agregaría que en tiempos de coronavirus, es posible que la soledad reduzca las posibilidades de contagio.  Arthur Schopenhauer, el filósofo alemán,  lo dijo con palabras bonitas: «La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes».

En esas historias, si se fijan bien, se advierte  el antes y el después de la pandemia. Hablo de quienes viven en familia o en pareja. Antes llegabas cansado de la oficina y solo querrías tumbarte en el primer sillón para ver la televisión, sin ganas ni siquiera de hablar, muchas veces por el estrés acumulado del día, más en una ciudad como Bogotá que encrispa al más paciente. En  esa monotonía -trabajo-casa-trabajo- se les va la vida a millones. Hasta ahora la gente se está cuestionando qué clase de vida tienen, qué clase de vida quieren. Si es así, bendito sea el coronavirus.

Sobre tales asuntos, he acumulado en esta cuarentana todo tipo de lecciones de crecimiento personal (audios, videos, libros digitales, frases célebres) que mandan los   amigos  y familiares, sin que uno las haya solicitado, claro. 

Por esa misma razón, hoy, uno esperaría que las personas estuvieran realmente felices de tener tiempo para aquello  que estaba en veremos: hacer ejercicio, (hago una hora diaria de actividad física, sigo las rutinas del entrenador español Sergio Peinado por Youtube); leer un libro, iniciar un hobby, hacer experimentos con lo que salga de la nevera, (aprendes a cocinar si o sí o te mueres de hambre, una amiga nutricionista me da consejos por Whataspp  y revisa por  fotos lo que como); tener charlas animadas con amigos por Google Hangouts -un recurso para videollamadas grupales- o por Google Meet -para conectar con los de la oficina-; dar alimento al espíritu con meditación, con el mero silencio  o, como ahora,  escuchando música clásica mientras escribo estas líneas.Beethoven dijo: “Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo”.

Es cuestión de cómo cada quien mire el vaso. Yo siempre procuro verlo medio lleno y el resto lo completo a punta de creatividad.

Vivir solo la mayor parte de la semana (los fines de semana son por lo general para mis hijos o el encuentro con amigos o también para ir a cine solo) me permite ser reflexivo, hacer caso a  los propios placeres (en el encierro leo más que antes, llamo más a las personas que quiero para asegurarme que estén bien, descubro que hay vida más allá de la  tv nacional -mi compañía en estos días han sido, además de El TIEMPO,  el canal alemán DW en español o la versión en castellano de The New York Times y, cómo no, Netflix.

Decidí reinventarme. Hablé con un colega sobre cómo esta crisis afectará nuestro trabajo como periodistas y tras dos horas de videollamada concluimos que probaremos suerte con un podcast. Finalizando el 2019  compré una consola  de audio Behringery creo que el bicho aquel aceleró ese anhelo pendiente de hacer dizque radio por demanda.

En la pandemia me hice consciente del enorme daño que hacen a la salud mental las redes sociales y el exceso de titulares. He limitado el consumo de las unas y de los otros. No por iniciativa propia, claro. El consejo lo leí -ah caramba- en un periódico. Puedo decir que es de las grandes enseñanzas que me deja el aislamiento. Nuevamente se lo agradezco al bichito ese. Si quieren bienestar y menos ansiedad, huyan de las redes, sería mi consejo.

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