No tuve la imaginación privilegiada de Gabo ni la pluma brillante de Truman Capote, pero tengo, como la mayoría de escritores, el poder de soñar despierto y lo único que sé hacer en la vida es jugar con las palabras.
Por: ALEXANDER VELÁSQUEZ
Nací un día como hoy en 1971. Estoy cumpliendo 50 años. Si, lo sé: medio siglo. No tienen por qué repetirlo. No estoy molesto. No. Para nada. Simplemente, he llegado a ese momento de la vida donde es necesario hacer balances: el p & g de la existencia. Debo poner en la balanza lo que he perdido y lo que he ganado, lo vivido versus lo que me falta por vivir. No en años, aclaro, porque conozco mi fecha de nacimiento, 17 de marzo de 1971, pero desconozco mi fecha de caducidad.
Cumplir 50 años me recuerda que a estas alturas uno ya está más cerca de las estrellas… es decir, de volverse polvo de estrellas para regresar al origen. Expirar y regresar más adelante porque creo que la vida tiene segundas, terceras y muchas partes más. Tengo afinidad con la filosofía budista, aclaro. Y volveré para seguir siendo periodista, porque no sé hacer nada más.
Aunque les confieso que mi abuelo paterno aún vive -cumplirá 96 años en abril-. Papá y mamá también siguen por estos lares, así que no sé por cuánto tiempo más me deban aguantar y yo a ustedes. La vida es bella en todo caso. ¡La vie est belle!
¿Qué regalo quiero de 50 años? En realidad nunca me han gustado los regalos. Porque por lo general la gente no acierta en los gustos del obsequiado. Recibí prendas de vestir que nunca vestí, pero puedo decir que quedaron en buenas manos. Me gustan los libros, pero esa compra también es personal e intransferible. En ese caso, es mejor regalar bonos, a menos que la persona haya dicho expresamente “quiero que me regalen tal o cual libro”. De lo contrario, basta un saludo sincero acompañado del deseo de buena salud que es un bien necesario en esos tiempos locos de Coronavirus. Desear prosperidad puede resultar arriesgado, ya sabemos que el mundo anda económicamente jodido. Deseen salud que eso funciona y ahorren los abrazos para después, porque pueden morir en el intento.
Soy de los que es feliz regalando, eso sí. Me encanta ver la cara de felicidad que pone la gente ante la sorpresa. Esa emoción es única. Como cuando uno se declaraba y le decían que sí. La gente ya no se declara. Se enamoran con e-mojis y luego te dejan en visto y sumido en la tusa, que es la misma sufridera antes y después de Cristo.
Soy más bien un tipo de placeres simples. Mis hijos me invitaron a almorzar de cumpleaños. Escogí un restaurante que me encanta por el simple hecho de que el personal está conformado por madres cabeza de hogar, mujeres humildes, berracas y que no han necesitado de un tipo para salir adelante. La comida y la atención merecen un once. Apoyen a empresas así cada vez que puedan.
Los 50 me llegaron en pandemia, así que no hubo fiesta con parranda vallenata que a lo mejor era la forma como quería celebrar, pero con canciones de las de antes que eran poemas, historias pueblerinas, no como los “vallejartos” de ahora que parecen una versión corroncha del reggaetón, con perdón de Maluma y los demás.
Quizás cuando cumpla los 60 o los 70 años pueda haber desquite y tener la serenata con caja, guacharaca y acordeón. A lo mejor a los 80 o 90, uno nunca sabe. Si estoy de buenas, llego a los 100. En mi caso, eso ocurría en el 2071. ¿Se imaginan cumplir un siglo, gozando de una perfecta salud? Pero también sería algo raro, porque mi hija mayor tendría 76 años y mi hijo menor 64, y mi nieta Melanie Sofía 51.
-¡Ay Dios, las bobadas que uno se pone a pensar! Y las que faltan.
¿Cómo será el mundo dentro de cincuentas marzos? Me lo imagino con carros voladores, comunicación telepática mediante el uso de chips y la misma gente de mala calidad que existe ahora. Porque si echamos dos mil o tres mil años hacia atrás, los humanos nunca hemos sabido convivir como especie. Matarnos los unos a los otros, en eso sí que somos buenos. Hemos evolucionado al matoneo en redes sociales. Somos expertos en reinventarnos, cómo no.
Mejor volvamos al presente. Como no habrá parranda vallenata, me conformo con la parranda de amigos que son más bien pocos. Nunca he sido compinche, la verdad.
Gabo dijo: «Mi signo es Piscis y mi mujer, mi esposa, es Mercedes. Estas son las dos cosas más importantes que han sucedido en mi vida, porque gracias a ellas, por lo menos hasta el momento, he conseguido sobrevivir escribiendo».
También yo he procurado ser feliz sin tanto: mis hijos y ser periodista son, creo yo, las cosas más importantes que me han pasado. Las demás felicidades se desprenden de esas dos. Hay otro tipo de felicidad, pero no creo que sean ni el momento ni el horario para hablar de ello. A lo mejor, otro día les explico. Ah, también soy Piscis como Gabriel García Márquez. Será por eso que es uno de mis escritores favoritos. Lean a Gabo, no todos los países se dan el lujo de tener un Premio Nobel de Literatura.
¿Saben? El principal balance al llegar a mis cinco décadas es que uno cambia, físicamente y también de forma de pensar. Es verdad cuando dicen que la gente se vuelve más sabia a medida que se hace vieja. Por eso, acabo de cambiar de opinión. Si quiero un regalo de cumpleaños. Quiero que me hagan un reportaje. Ser el personaje, el protagonista. Que se escriba sobre mí y no que yo escriba sobre otros, que es lo que he hecho desde joven, porque he de decirles que yo también tuve 20 años.
Segunda parte: próxima semana: Llegué a los 50 / Hagamos de cuenta que soy un escritor famoso.