Por ALEX VELÁSQUEZ
Aquel día la muerte sonrió dos veces.
En un día soleado de 1997, la tranquilidad del barrio bogotano se vio interrumpida por una triste noticia: una mujer bonita de unos veintitantos años se había ahorcado. La confirmación fue evidente cuando miembros del Cuerpo Técnico Judicial (CTI) de la Fiscalía, impecablemente vestidos de blanco, atravesaron la calle: venían a recoger el cadáver de Amparo –que así se llamaba la occisa- acompañados por los investigadores del caso.
Cuando la mujer salió con destino a la morgue, tendida sobre una bandeja metálica y envuelta en una gruesa bolsa negra anti-fluidos, tuvimos la certeza de que nunca más la volveríamos a ver tomada de la mano de Fernando, su esposo, con quien, nos pareció siempre, conformaban una bonita pareja. Bellos y con don de gentes; fervientes católicos, además de catequistas. Saludaban a la gente con amabilidad y eso se percibía en la dulzura de sus palabras, virtudes tan escasas en esa como en esta época.
Era como si los revistiera un aura especial en medio de tanta gente común y corriente. A ella le decíamos cariñosamente “La Barbie”, por su rostro de facciones perfectas que la semejaban a una muñeca de porcelana; su cabello de tono claro caía hasta los hombros y su cuerpo era exquisitamente delgado.
Por mucho, encarnaban el concepto de la pareja ideal. -«Tan bonitos que se ven…», solían decían las señoras cuando, asomadas por las ventanas, los veían pasar.
Pero un domingo, faltando tres lunas para la Navidad, el cuento de hadas terminó con final infeliz. Ese 21 de diciembre cumplían el primer aniversario de casados.
A eso de las 8:00 de la mañana, al levantarse para ir a cepillar sus dientes, el esposo encontró a su mujer suspendida en el aire, en la habitación de al lado, con la misma ropa del día anterior y el anillo de matrimonio en la mano derecha. La tierra no se abrió en ese momento como él deseó. Horrorizado por la escena, llamó a gritos a Guillermo, el hermano de ella, quien vivía con ellos por aquel tiempo.
Habían disgustado el sábado anterior porque Fernando quedó de recogerla en casa de un familiar y llegó tarde; ella llevaba días asumiendo que había una tercera persona y así se lo comunicó a una amiga horas antes cuando se cruzaron en la calle. Esa noche Amparo rezó la novena de Navidad con los vecinos, como lo había hecho las noches anteriores, después de llevarle la comida a su papá, que vivía a la vuelta de la cuadra. Incluso, comió natilla pero no probó los buñuelos.
Pronto comenzaron a correr las versiones –mejor dicho, las especulaciones- sobre la muerte de la muchacha.
-“Tan boba, ni que fuera el único hombre en la vida”, dijo alguien, dando por hecho que se trató de un suicidio por amor y celos, aunque no le constaba.
Me pregunto si la gente se puede morir de amor. Lo indago con la sicóloga Margarita Hoyos, especialista en suicidio y terapia de duelo. “Uno se muere por una mala gestión de una frustración, por tener dificultades en aceptar que no se cumplieron las expectativas que se tenían en una relación de pareja o matrimonio, según las creencias y paradigmas establecidos cultural, familiar y religiosamente. Más allá de un mal de amores, podríamos estar hablando de una fragilidad emocional, de una labilidad mental y una dificultad de asumir las perdidas y las frustraciones de la vida que la mayoría de nosotros tenemos, porque ¿quién no ha tenido una pena de amor? ¿Quién no ha asumido una infidelidad, el abandono de una pareja o la finalización de una relación?”.
Amparo y Fernando discutieron en el automóvil de regreso a casa y por tal motivo durmieron en camas y cuartos separados, contaría él con voz trémula a los investigadores. El hombre vio la televisión hasta quedarse dormido; a su turno, el cuñado narró que llegó pasadas las doce de la noche -y pasado de copas- por aquello de las fiestas de fin de año- y fue directo a su habitación; por esa razón no pasó a saludar a la hermana como era su costumbre.
Ninguno de los dos hombres supo lo que estaba ocurriendo, ambos conciliaron el sueño sin advertir que ya Amparo había convertido tres pañoletas, amarradas a la reja de la ventana, en pasaporte al más allá.
“El suicidio –añade la doctora Hoyos- es una de las muertes que produce mayor devastación, y resquebrajamiento moral, físico, social, sicológico y espiritual, porque esta sociedad juzga y señala el suicidio como una incapacidad de la familia de haber podido sostener a la persona, o en algunos casos se considera al suicida como enfermo mental”.
Sus investigaciones y el trabajo de muchos años con personas que asisten a consulta, que han experimentado el suicidio de un ser cercano y han reconstruido su historia clínica, la han llevado a concluir que “cualquiera de nosotros en algún momento de nuestra vida, cuando confluyen ciertos elementos adversos que sobrepasan nuestra capacidad de ser resilientes, podríamos ser suicidas potenciales”.
Cuando el personal de criminalística llegó, el cuerpo ya había sido bajado, porque los hombres, en medio de su estupor, creyeron que aún respiraba y enseguida trajeron a una enfermera, quien les confirmó la ausencia de signos vitales, aunque el cuerpo aún estaba tibio. Los muertos se enfrían más o menos a las diez horas; pierden un grado de temperatura por hora hasta la temperatura ambiente, me comenta el médico forense Pedro Morales Martínez.
El ambiente navideño de la casa, decorada con guirnaldas y figuras de papá Noel en la paredes, puertas y ventanas, desencajaba con aquel cadáver descalzo que permaneció por seis horas tendido sobre un tapete mullido. Parecía una escena surrealista, pero todavía faltaba otro cuadro estremecedor.
La policía judicial del CTI, adscrita a la Fiscalía, realizó el levantamiento del cuerpo, aunque esta diligencia la puede practicar también la Policía Nacional. Sin chistar palabra, hicieron lo suyo con sigilo, siguiendo el principio de “ojos abiertos, oídos despiertos, boca cerrada y manos en los bolsillos”, en tanto que los investigadores hacían las preguntas de rigor y tomaban notas de lo hallado. En el argot forense a este procedimiento se le denomina “acta de inspección del cadáver”.
Las evidencias recogidas fueron enviadas a la morgue junto con “La Barbie”. En la habitación los peritos encontraron dos cartas sobre una cama y pétalos de rosas marchitas esparcidos a su alrededor; nadie conoció su contenido, salvo el viudo y los investigadores.
En patología forense lo más importante es el archivo, señala el doctor Morales Martínez. “Se guardan las evidencias durante cien años, pues nunca se sabe cuándo un elemento –restos óseos, muestras de sangre, fotografías, armas, proyectiles, o hasta las cartas que dejan los suicidas- servirá para esclarecer una verdad”.
El archivo de Medicina Legal es tan grande que ocupa cuatro pisos. Pero no es de acceso público. Solamente una autoridad judicial dentro de un caso puede acceder al lugar, que bien podríamos llamar “la Biblioteca de los muertos”. Allá reposan ahora las cartas, los pétalos marchitos y la horca hecha de pañoletas que fabricó Amparo, no sabemos si paciente o impacientemente.
En la pesquisa judicial, este tipo de elementos –también llamados indicadores de escena- constituyen la parafernalia del suicida.
“Esas notas –agrega- son material clave para establecer mediante examen grafológico si en realidad fue suicidio o se trató de un homicidio. También son de ayuda cuando se requiere una autopsia sicológica, labor a cargo de un psiquiatra”.
Al conocer la existencia de las misivas, la gente empezó a murmurar: que él la engañaba con otra, qué se mató por celos, que debió estar chiflada, que era desdichada en ese hogar, que fue un suicidio pasional… Alguien más osado dijo que “tanta dicha no podría ser cierta”, refiriéndose a lo felices que se veían juntos, yendo de aquí para allá, y alguien más aseveró que este caso confirmaba el adagio popular: “la procesión va por dentro”.
–La gente debería cogerle dobladillo a la lengua o al menos dejar en santa paz a los muertos, dijo un anciano mientras se santiguaba, al ver pasar el cadáver de “La Barbie” frente a su casa con destino a la morgue, como ordena la ley colombiana cuando ocurre una muerte violenta, llámese homicidio, accidente o suicidio.
También hubo los que se sintieron con derecho a juzgar, cuando se reveló otra escalofriante verdad: la mujer llevaba en su vientre el fruto de aquel amor. La criatura tenía seis meses. Un caballito de madera, que la pareja compró para el hijo que nunca nació, daba fe de ello, y así lo corroboró la autopsia.
“Desde el juicio y la crítica, que generalmente provienen de la ignorancia, los paradigmas y la falta de empatía, diríamos que aquello es una crueldad. Que eligió por ella y por su hijo que no tiene las capacidad ni condiciones para decidir si quiere o no vivir, Obviamente es un dilema que corresponde al campo de la bioética y a la ética existencial, y a los factores sicológicos que prevalecieron en el momento en que la madre consciente o inconscientemente tomó la decisión de renunciar a la vida”, afirma la doctora Hoyos.
Ella considera que es muy fácil juzgar y señalar cuando no estamos en los zapatos del otro, sin saber que su mundo interno colapsó. “No sabemos si esa persona venía de abandonos previos, de perdidas anteriores no solucionadas, de vacíos afectivos desde el vientre o desde la crianza; de esta manera, los eventos y sucesos previos, se convierten en detonantes o eventos gatillo, donde la persona siente que la vida no tiene sentido y decide, para dejar de sufrir, suspender la existencia”.
No obstante, aclara que bajo esas condiciones se presenta la llamada “visión de túnel”, lo que obnubila y distorsiona toda posibilidad de conciencia. “En esa fase de ideación al individuo se le dificultad percibir con claridad otras opciones posibles, ante la circunstancia de vida, concreta o imaginada, que se encuentra experimentando”.
La necropsia confirmó la existencia de un ser de sexo masculino y seis meses de vida intrauterina. ¿Cuál pudo ser el estado de su desarrollo? La doctora Susana Bueno Lindo, médica ginecobstetra, explica que a las veintiocho semanas de gestación, el bebé tiene sus órganos totalmente formados, hasta terminar su proceso de maduración al término del embarazo (semana 37-41). Mide treinta y tres centímetros y pesa unos mil cien gramos.
A esa edad tiene desarrollada su sentido de la audición, por lo cual puede reconocer la voz de su mamá, la música; tiene patrones de sueño establecidos, sus sistemas, nervioso, digestivo y urinario desarrollan más funciones.
-“Puede presentar movimientos percibidos por la madre como de «hipo», lo cual representa entrenamiento de sus músculos respiratorios para el nacimiento. La médula ósea empieza a producir glóbulos rojos, función que antes ejercía el bazo”.
¿Qué pudo sentir la criatura durante el proceso de muerte de la madre? Como dicen por ahí, sabrá Dios. Sin embargo, la experta cuenta que la diada mamá-bebé tiene una interrelación muy estrecha durante el embarazo, la cual se prolonga hasta la etapa post natal.
–“En este periodo las emociones del bebé son reguladas por las emociones de su madre y viceversa”.
Explica además que la mamá y el hijo tienen tres canales de comunicación, en alusión al libro «La vida secreta del niño antes de nacer», escrito por el psiquiatra prenatal Thomas Verny.
El primero, el más básico, es el canal fisiológico, es decir, el bebé recibe nutrientes y oxígeno a través de la placenta y el cordón umbilical. El segundo canal es el conductista; es decir, los comportamientos que tienen las madres para generar una emoción determinada en sus bebés, como por ejemplo, el acariciar sus vientres, para tranquilizarlos. Y a su vez la conducta que tiene el bebé, para generar una respuesta en la madre. Por ejemplo, las “pataditas” cuando está incómodo o inquieto.
El tercer canal es el neuro-hormonal, relacionado con la influencia que tienen las emociones de la madre en el estado del bebé.
-“Las investigaciones muestran que madres más felices y satisfechas tendrán bebés más tranquilos y seguros. La ansiedad y el estrés emocional permanentes y crónicos durante la gestación, generan cortisol y otras hormonas que afectan el vínculo mamá-bebé pero también la capacidad de regulación emocional del bebé a corto, mediano y largo plazo”.
En conclusión, las preocupaciones ocasionales que una mamá pueda tener, no impactan negativamente el vínculo con su bebé. “Son las preocupaciones y el estrés emocional permanente durante toda la gestación los que pueden generar un impacto negativo en él”.
Antiguamente, durante la necropsia sólo se certificaba la muerte de la persona, señalando su condición de embarazada. Pero desde hace 20 años es obligatorio elaborar el certificado de defunción de cada uno, con el fin de llevar las estadísticas de mortalidad materno-fetal.
Por lo tanto, a la mamá y a su hijo se les practicó la autopsia separadamente, razón por la cual el feto fue extraído del vientre.
El médico forense Pedro Morales explica cómo ocurre el deceso por ahorcamiento, técnicamente clasificado como “muerte por suspensión”:
-“Se comprimen los vasos sanguíneos del cuello, impidiendo la circulación de la sangre. Se produce entonces hipoxia cerebral, que desencadena edema cerebral y la muerte de la persona. Se llama asfixia mecánica. Como consecuencia, primero se suprime la circulación y por último la respiración”.
Hasta hace unos años era imposible determinar cuánto tardaba la persona en morir. El misterio fue resuelto en 2010 por un grupo de patólogos canadienses. Tras analizar los videos de personas suicidas publicados en las redes sociales, concluyeron que la muerte tarda en promedio cuatro minutos en producirse, aunque primero hay pérdida de la conciencia, entre los 90 segundos y los dos minutos.
-“Es de los métodos más efectivos, sin posibilidad de arrepentimiento, porque una vez suspendida la persona tendría que vencer su peso con su propia fuerza y eso es imposible por acción de la gravedad”.
Asegura que es difícil establecer en qué momento comenzó la muerte del bebé, “porque es posible que al morir la mamá todavía haya reservas de oxígeno”. La criatura falleció también por hipoxia, definido clínicamente como deficiencia de oxígeno en la sangre, células y tejidos del organismo, con compromiso de la función de los mismos.
¿Podemos inferir entonces que la madre suicida cometió además homicidio?
-“No, porque el homicidio se configura únicamente en las personas nacidas, así lo establecen tanto la ley como la patología forense. Se declara entonces muerte fetal intrauterina”, argumenta el forense.
La existencia de ese bebé mantuvo las habladurías y cuchicheos por mucho tiempo: que era una desalmada, que no quería ser mamá, que el niño venía con malformaciones… Una amiga de la pareja contó que Amparo entró en depresión a raíz del embarazo, “pensaba que eso truncaba sus planes”, pero que luego asimiló la idea de la maternidad.
-“Una vez me dijo llorando que un bebé era demasiada responsabilidad”.
-“Muchas embarazadas –explica la doctora Margarita Hoyos- presentan cambios hormonales que afectan su estado de ánimo. No sabemos si ella podría tener una depresión pre mórbida o algún tipo de trastorno de personalidad preexistente que se le desencadenó con el embarazo. Hay muchas personas con esquizofrenia latente a quienes el embarazo les exacerba ese trastorno o enfermedad mental que venía camuflada”.
La doctora Susana Bueno agrega que “el embarazo es una etapa de gran sensibilidad, donde se pueden reactivar memorias de vacíos emocionales de la infancia y de la relación con la propia madre”.
Por eso, cada primer miércoles de mayo se celebra el «Día Mundial de la Salud Mental Materna». Una de las entidades detrás de esta iniciativa es la Sociedad Marcé Española, según la cual 2 de cada 10 mujeres presenta problemas de salud mental durante el embarazo y más del 75% de ellas no son diagnosticadas ni recibe tratamiento oportuno.
-“No dar tratamiento tiene profundas consecuencias para el bebé, la gestante su entorno familiar y la sociedad”.
Para la doctora Hoyos, muchos suicidios se habrían podido evitar si la persona hubiera pedido ayuda a tiempo, o si hubiera sido escuchado por su familia o sus amigos, que muchas veces invalidan o minimizan lo que estas personas expresan.
-“La mayor dificultad de las personas en riesgo, es el temor a la desaprobación, a sentirse ridiculizadas y avergonzadas por sentir lo que están experimentando emocionalmente, y en general por la ignorancia y desconocimiento de quienes los rodean respecto a cómo afrontar estos temas y cómo ser un apoyo efectivo cuando alguien manifiesta que quiere morir”.
Recomienda, por lo tanto, prestar atención a la personas que dan señales de abatimiento, de desesperanza, ataques de pánico, trastornos de ansiedad e insomnio, entre otras.
-“Toda persona que haya vivido directa o tangencialmente un suicidio (con tangencial me refiero a que haya escuchado la noticia por un noticiero y le haya impactado de manera significativa) debe buscar ayuda”.
La criatura y la madre fueron sepultadas en un jardín cementerio al norte de la ciudad. El viudo, vencido por la aflicción y con pocas ganas de vivir, se fue de aquella casa, donde algunos aseguran haber visto a la difunta en sombras.
-Es el espíritu de esa mujer que no encuentra sosiego, dicen algunos.
En aquel vecindario dos personas más se ahorcaron después, ante lo cual una vecina afirma sin vacilaciones: “Este barrio es salado en muertes y en separaciones“.
También dicen que la familia de la mujer nunca más le volvió a hablar a Fernando, pues lo culparon de aquella muerte. En la funeraria no hubo abrazos y en el funeral hicieron como si no existiera. El, sin embargo, permaneció ensimismado en su pena. Las ojeras y días de no comer delataban su dolor.
-”Ante la necesidad imperiosa de encontrar respuestas a un acto que deja tantos interrogantes, los sobrevivientes buscarán culpables y posibles causas para calmar de alguna manera la ansiedad que surge de lo inesperado. En definitiva, la verdad se la lleva el suicida, aunque muchas veces, para él/ella, todo fue un acto confuso impregnado de mucho dolor y asumido desde el rompimiento con todos los vínculos que le aferraban a la vida”, concluye la doctora Margarita Hoyos.
En los años siguientes, aquel hombre –que ahora anda por los 50- se ordenó sacerdote; era su sueño desde niño. La ilusión quedó aplazada cuando conoció a Amparo. Fue tal chispa de amor que también ella abandonó el hábito, pues iba a ser monja.
MARGARITA HOYOS NÚÑEZ. Psicóloga Terapeuta Familiar Sistémica. Especializada en procesos de muerte y duelo, brinda atención en suicidio: prevención e intervención. Es autora de los libros «El suicidio de un hijo: un asunto de todos» y “Mi hermano murió, yo también siento dolor». La doctora Margarita Hoyos experimentó en carne propia estas realidades con la muerte de su propio hijo a la edad de 18 años.
PEDRO MORALES MARTÍNEZ. Médico de la Universidad Nacional especializado en Patología Forense de la Universidad de Antioquia. Trabajó por casi treinta años en el Instituto de Medicina Legal en Bogotá, fue dos veces subdirector de la entidad y ahora que está pensionado, más no jubilado, investiga en su propio laboratorio. Gracias a la tecnología, realiza autopsias virtuales, desde una vereda cercana a Bogotá donde vive, mientras del otro lado por video cámara observa en directo la disección de los cadáveres.
SUSANA BUENO LINDO. Médica Ginecobstetra de la Universidad del Rosario. Consultora en Humanización del Parto para diferentes instituciones y entidades prestadoras de salud en el país. Docente en el área de Educación Médica Continuada. Actualmente cursa la formación en Psiquiatría Perinatal con el Instituto Europeo de Salud mental Perinatal.
Genial el artículo y el audio..muy interesante y lo recomendaria