¿Qué tienen que ver la literatura con ponerse unas zapatillas y salir a dar una vuelta por ahí? Más de lo que usted se pueda imaginar.
Por: ALEXANDER VELÁSQUEZ
Antes la gente era nómada… ¿qué nos pasó entonces?
Me acostumbré a una hora diaria de caminata al menos tres días a la semana. Otros tres hago ejercicio en casa –descanso los domingos- con rutinas que sigo en YouTube y Tik Tok; es de las cosas buenas que encuentro en esas plataformas. Caminar es una terapia, dejarla sería impensable. Cuando no lo hago, me siento fatal.
Crecí en Casaloma donde tocaba echar pata, –a veces en medio del barro-; es de las cosas que agradezco, tanto como el hecho de que no me guste la carne roja: rara vez se comía ese alimento en mi casa por falta de dinero. Por eso, ahora de adulto prefiero un buen plato de lentejas –entre otros granos- o a veces el pollo, que también son fuente poderosa de proteína. ¡Además, me criaron con sopa, bendito sea Dios!
Pero les estaba hablando de otra cosa. Una hora de caminata a buen ritmo equivale a unos siete mil pasos. Lo mido en mi reloj. Algunos expertos indican que para un corazón saludable lo ideal son diez mil pasos diarios. Lo importante, en todo caso, es moverse. Las abuelas son famosas por sus frases. La mía solía decir -“Qué pereza la suya. Le tiene que pedir permiso a una pata para mover la otra”. Eso pienso yo ahora de la gente que no gusta de caminar.
Es una terapia saludable física y mentalmente. He encontrado otros beneficios insospechados: Mientras camino encuentro ideas para mi primera novela, para los artículos de prensa, para este blog y también para la producción del pódcast. Cuando la inspiración llega -y no exagero que así es- enciendo la grabadora del celular para atraparla en notas de voz. Me pasa que cuando no encuentro un título, la palabra o la frase correcta para concluir una idea… mientras doy pasos aparece la solución. Es magia a otro nivel.
Mi mejor amigo tiene la buena costumbre de caminar cuando tiene alguna preocupación o situación no resuelta. Al hacerlo me dice que encuentra cierta paz, cierta tranquilidad, y una que otra vez esas caminatas concluyen en paseo por algún cementerio. Él es una persona absolutamente normal y recuerdo que algunas veces que viajamos juntos uno de los planes era visitar cementerios.
Como ven, hay una y mil razones para gastar suelas. Me gusta caminar porque al mismo tiempo hago una segunda actividad: escucho literatura (hay audio libros excelentes en YouTube), y también pódcast como el español “Un libro, una hora”.
De esa manera me he puesto al día con cuentos de Truman Capote que no había leído. Truman es mi escritor-periodista norteamericano favorito. Me he leído dos veces su biografía que es apasionante. Si quieren leer un gran libro, lean “A sangre fría”. Me identifico con él –que ya murió- porque desde niño tuvo claro que se dedicaría a escribir de la misma manera que yo, en segundo de bachillerato, a los 14 años, decidí que sería periodista, aclarando que no estoy a la altura de la genial escritura de Capote, no al menos en esta vida.
Últimamente, he leído sobre un escritor japonés llamado Haruki Murakami. Nació en 1949 y mucha gente cree que es injusto que todavía no le hayan dado el Premio Nobel de Literatura. No he leído ninguno de sus libros –todavía- pero si reseñas. En alguna obra cuenta que era fumador y sedentario, hasta el día que decidió salir a correr y la vida le cambió. Tenía 33 años. En 2007 publicó un libro titulado De qué hablo cuando hablo de correr. En un artículo del diario El País de España, encontré esta comparación que él hace: “Voy aumentando poco a poco (cada día) la distancia que recorro. Pero si aumento el ritmo acorto el tiempo de carrera. Procuro conservar y aplazar hasta el día siguiente las buenas sensaciones que experimenta mi cuerpo. Idéntico truco utilizó cuando escribo una novela larga: dejo de escribir en el preciso momento en que siento que puedo seguir escribiendo. Al día siguiente me resulta más fácil reanudar la tarea”.
Parafraseando a Murakami, digo… de qué hablo cuando hablo de caminar. Puedo decir con absoluta seguridad que la actividad física me ayudó a superar la ansiedad que había sufrido desde joven y que fue una de las causas que me llevó a fumar. Hoy no soporto ni el olor de esa cosa. Pero me agrada mucho conversar con personas a quienes les gusta el ejercicio tanto como la lectura y el vino tinto. Por eso digo: nunca desconfíe de alguien que camina por deporte, porque por lo general sus pies siempre están conectados con el cerebro. Y sobra decir que caminar es gratis.
Gracias Alex por contarnos tus vivencias, y más ésta que es un prodigioso ejemplo para todos los seres humanos. Un abrazo