Quien quiera conocer la cura de la locura, deberá ingresar en este lugar extraordinario.
Autor: ALEXANDER VELÁSQUEZ
Ilustraciones: VERÓNICA MARTÍNEZ
Foto: KIMBERLY VELÁSQUEZ
En los periódicos salió la noticia: una condición asociada al Coronavirus estaba afectando la cabeza de muchas personas. -Se llama “niebla mental”, dijeron los especialistas. Los pacientes reportaron pérdida de memoria, dificultad para encontrar palabras y problemas de atención; otros se sentían abrumados ante tareas simples, como amarrarse los cordones de los zapatos o tender la cama.
Perdieron el gusto por las cosas que antes amaban. Los que veían telenovelas, ahora las detestaban. Los que opinaban sobre política por las redes sociales, se guardaban sus comentarios. Los que amaban el fútbol, lo odiaban. Y los que tenían mascota la regalaron porque ya no querían recoger caca de aquí para allá y de allá para acá. Y así sucesivamente para no alargar el cuento.
Se sentían tristes y lloraban mucho. Ese fue el caso de Rafico, un hombre que iba por la mitad de la cuarta década y a quien la mujer abandonó un mes antes de infectarse.
Tuvo fiebres tan espantosas que sus neuronas casi se carbonizan y la tos era tan áspera y ruidosa que no dejaba dormir en dos cuadras a la redonda. Los vecinos debieron poner vidrios para aislar el ruido; así de grave era la cosa.
Varias secuelas le produjo el Coronavirus al buen hombre. No volvió a soñar cosas bonitas ni feas, apenas podía sentarse en la cama haciendo que dormía; su cuerpo, adolorido, no soportaba permanecer recostado. La ropa quedaba entrampada de tanto sudar y él adelgazaba por no probar bocado. Perdió quince kilos, lo que resultó muy bueno porque tenía sobrepeso.
-No hay mal que por bien no venga, trinó su ex mujer en Twitter, y en Facebook posteó la frase: “Hierba mala nunca muere”. Rafico interpretó que las indirectas iban para él. Sin ganas de comer, lloraba a la hora del desayuno, a la hora del almuerzo y la hora de la cena. Lloraba más que las señoras de antes viendo las novelas venezolanas donde la protagonista empezaba ciega y pobre pero terminaba curada, rica y casada con el galán, por obra y gracia de la libretista Delia Fiallo, “la madre de las telenovelas”, que hacía llorar hasta al más macho y murió durante la terrible pandemia.
De un día para otro, Rafico empezó a experimentar miedos revueltos con paranoia y ansiedad. La familia lo internó en el manicomio para desentenderse del asunto, haciéndole caso a la hermana mayor, una solterona de aspecto agrio y experta en preparar mazacotes: era la peor cocinera del mundo.
A la entrada del frenocomio había una frase en letras gigantes tomada de la canción de Caetano Veloso:
“De cerca nadie es normal».
Un examen riguroso determinó que no fue el virus la causa de la locura de Rafico. Fue el exceso noticias la raíz de sus desequilibrios mentales. Noticias con el desayuno, noticias con el almuerzo, noticias con la cena y noticias con las media nueves y el algo. En esos tiempos la gente pasaba la mitad del día metidas en las redes sociales como si no hubieran más placeres.
-Con semejante indigestión informativa es obvio microbio que se chifló, dictaminó un joven psiquiatra.
Sin que le preguntaran, dijo conocer gente a la que se le zafó un tornillo por leer la Biblia. Por eso, recomendaba una lectura mesurada y preferiblemente en ayunas. Sí, era un doctor rariviris.
Rafico se hizo amigo de los demás loquitos y en un santiamén dio señales de mejoría. Ya no andaba lelo, descalzo o hablando solo como al principio, y volvió a dormir como bebé. Eso sí, permanecía greñudo para parecerse a su cantante de rock favorito.
Se convirtió en el paciente más querido del sanatorio, por ser avispado y tener iniciativa. Organizaba horas del cuento para que los cuidadores les leyeran historias a los huéspedes. Hacia campeonatos de Golosa y La Lleva. Hizo construir una biblioteca, que en lugar de sillas y mesas tenía hamacas de colores. Trajo chefs famosos para enseñar a preparar ponche, una receta a base de huevo, ron y azúcar, aprovechando que el Ministro de Hacienda había puesto, por decreto, la docena de huevos a $1.800, lo que –por cierto- hizo que las gallinas formaran un sindicato para quejarse con el señor presidente.
-¡O nos achican el huevo o nos agrandan… el precio!, cacarearon.
Fue tan radical el cambio dentro del manicomio que los pacientes vivían alegres y con sus agendas llenas. Las familias debían programar con mucho tiempo las visitas. ¡Era más fácil una audiencia con Su Santidad!
Rafico se enamoró de unas de las geriatras y la geriatra se enamoró de él. Ella le contó que antes de cuidar viejitos era la aseadora del lugar: ahorró lo suficiente para estudiar cuando vio pacientes de la tercera edad a los que nadie visitaba. A él le pareció que el mundo sería mejor con más personas como Analulú, que así se llamaba su nueva chica. Nunca se casaron porque eso lo hacen los bobos, decían ellos.
La noticia de su cordura llegó a oídos de la familia. Corrieron intrigados para saber cómo ocurrió el milagro.
-No es ningún misterio, dijo el galeno.
La locura desapareció porque nadie se conectaba a las redes sociales. No se leían periódicos ni revistas. Nadie escuchaba noticieros en la radio ni los veía en la televisión. Disfrutaban oyendo música clásica a un volumen prudente. Los demás pacientes presentaban las mismas señales de mejoría.
-Venimos por ti, dijeron en coro sus hermanos, agobiados por el cargo de conciencia.
-¿Se volvieron locos o qué? ¡Aquí me quedo!, respondió él.
La solterona se desencajó hasta chiflarse pero nadie se preocupó, pues ya todos conocían la cura para la locura. La mujer se quedó a vivir en el manicomio, por fin aprendió a cocinar, se casó con uno de los chefs y se convirtió en la ex solterona más apetecible del mundo.
Cada criatura sobre la Tierra comprendió que el manicomio era el mundo y desde entonces todos se preocuparon por la salud mental y su propio autocuidado.
FIN
VERÓNICA MARTÍNEZ. Especializada en la ilustración naturalista, su trabajo incluye colecciones sobre fauna y ecosistemas colombianos que ha presentado en diversas exposiciones, elogiadas por importantes medios de comunicación. Reconoce la influencia de grandes maestros como Rodez, Marco Pinto, Turcios, Jorge Iglesias, Juan Pablo Vergara Galvis y Betto. Una muestra de su talento puede verse en sus redes sociales: @veromartinilustra
https://www.instagram.com/veromartinilustra/
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ALEXANDER VELÁSQUEZ. Periodista, bloguero y podcaster bogotano. A los quince años fundó sus primeros periódicos en el barrio: La Carreta y El Populacho. Escribía los artículos en una vieja máquina de escribir y vendía los ejemplares de casa en casa.