El amable lector tiene la misión de escoger el final que más le guste para los protagonistas de este relato. ¿Acepta el reto?
Autor: ALEXANDER VELÁSQUEZ
Ilustrador: LUIS EDUARDO LEÓN
A la Unidad de Cuidados Intensivos llegó un hombre en un avanzado estado de Covid-19. Blanco, 1.75 de estatura y ojos marrones, tendría entre 35 y 40 años y por su contextura se notaba que iba al gimnasio con juicio. La enfermera de turno era una mujer de treinta y tantos, chusca, separada y con un hijo de siete años, a diferencia de él que todavía no era padre y recién su esposa lo había abandonado.
El paciente ingresó a las 11:11 de la mañana del día once del mes once, como quedó registrado en la bitácora, pero nadie se dio cuenta de la coincidencia numérica.
Ambos, la enfermera jefe y el paciente, se hicieron amigos luego de que a él lo desmantelaron de tanto tubo. Ya su vida no corría peligro como el día cero en que respiraba por la gracia del Espíritu Santo y sudaba como ciclista en el Tour de Italia, con el alma a punto de achicharrarse por la fiebre tan feroz.
Quedó impactado con ella. Tenía un no sé qué en un no sé dónde que a él le parecía que la hacía ver no sé cómo, y viceversa, porque a ella también le parecía que él estaba justo como el médico de turno se lo había recetado.
–Otro que se salva, dijo aliviada la mujer, que se había esmerado en cuidados con aquel hombre, lo que despertó celos en los demás pacientes, a quienes, la verdad sea dicha, ni los consentían.
-Me llamo Ludovico, dijo el hombre, como si sintiera vergüenza de llamarse así.
-No te preocupes. También mi nombre es una rareza en estos tiempos: Eduviges, mucho gusto, agregó ella.
Cuando él preguntó por qué estudió enfermería, le comentó que admiraba a Elisabeth Kübler- Ross, una mujer de corazón noble que dedicó su vida a atender personas moribundas.
-Búscala en Wikipedia, añadió.
Él le dijo que era un escritor sin futuro porque las editoriales ya le habían rechazado cuatro novelas.
-No hay quinta mala, Ludovico, dijo ella para darle moral, y le recordó que también a Gabriel García Márquez, uno de los grandes de la literatura universal le habían rechazado su obra La hojarasca.
Era cierto: un editor argentino le devolvió la novela con una carta en la que le aconsejaba que se dedicara a otro oficio.
-¡Qué tal el boludo ese!, exclamó Eduviges.
La enfermera se sinceró con él. Le dijo que en algún momento les tocaría dejar morir gente, porque escaseaban las camillas y los respiradores, y eso la hundía en la tristeza día de por medio.
-Nos toca hacer de tripas corazón y ser Dios: escoger quién vive y quién viaja, añadió Eduviges, con una mirada de pesadumbre.
-Yo los entiendo, dijo él, muy comprensivo. Les toca actuar con sangre fría ante tantas tragedias.
A medida que avanzó la amistad, entraron en terrenos más íntimos. Jugaron a las confesiones.
Ludovico le contó que su esposa lo había dejado por anciano adinerado porque él era infértil.
Eduviges le contó que el papá de su hijo la abandonó para volver con su ex.
Lamentaron sus sinsabores en el amor y estuvieron de acuerdo en que en estos tiempos es mejor andar solo porque ya no se puede confiar ni en la propia sombra.
Al tiempo soltaron la misma idea:
Ella: -Los hombres son cosa seria.
Él: –Las mujeres son cosa seria.
Y se echaron a reír porque habían matado un diablito. Rieron tan fuerte que los otros huéspedes del hospital se molestaron con la algarabía.
Luego hablaron de la realidad nacional. Ella se quejó de los malos sueldos y de que no había materiales suficientes para atender urgencias y en esa lista se incluían anestésicos, camas con monitores, ventiladores, bombas de infusión y hasta personal entrenado en atención de cuidados intensivos. Para completar el cuadro, descubrieron un cartel de estafadores que traficaban con medicamentos para enfermedades de alto costo.
Él se quejó del insomnio que le sobrevino desde que el bicho se le metió en el cuerpo.
Entonces, en esos largos desvelos, la enfermera, leía fragmentos de su libro favorito, El amor en los tiempos del cólera.
Otra vez rieron ruidosamente cuando ella leyó el siguiente fragmento: “El corazón tiene más cuartos que un hotel de putas”. A Ludovico le pareció que la frase fue escrita para la esposa traicionera.
En ese estado de atontamiento, muchas veces la jefe olvidaba ciertas obligaciones como verificar dietas, revisar la evolución de los pacientes, hacer los planes de cuidados para cada uno, administrar medicamentos, colocar sondas para drenar la orina o practicar hemocultivos para descartar infecciones, además de estar pendiente del trabajo de las auxiliares.
El día menos pensado, los doctores autorizaron la salida de Ludovico. Se fue feliz a cuidarse sabiendo que en un mes regresaría para proponerle oficialmente que fueran novios, pues así se lo había prometido el día en que, sin medir consecuencias, se dieron el primer beso apasionado cuando quedaron solos, por espacio de una hora, en la habitación asignada al hombre cuando salió de la UCI.
Ludovico planeó una declaración de amor original para cuando ese día llegara. Acordaron no verse ni hablarse hasta entonces, para ponerle más misterio a la cosa.
Y cumplieron.
-El día señalado sabrás de mí porque te enviaré un mensaje por beeper, le dijo él.
-¿Por beeper?, preguntó ella asombrada.
-Soy chapado a la antigua, se defendió él, mostrando el aparato, un localizador de personas, que fue muy popular en la década de los 90.
-Búscalo en Wikipedia, añadió.
Ludovico nunca se acostumbró a los tales teléfonos inteligentes, les tenía fobia: con decir que en pleno siglo XXI todavía escribía sus novelas en máquina de escribir, porque tampoco tenía computador, y en lugar de emails escribía cartas en hojas de papel a rayas. Sufría de un mal incurable que padecen los escritores: ¡nostalgia!
El hombre escogió el día doce del mes doce a las 12:00 del mediodía para declararle su amor a Eduviges. Llegó media hora antes para verificar que todo estuviera en orden: la parranda vallenata, porque detestaba los mariachis, los anillos de compromiso en oro de veinticuatro quilates, unos pasajes de avión con destino a la ciudad amurallada y un ramo gigante de flores amarillas, tan grande que se necesitó una grúa para entrarlas por el techo del hospital. La sorpresa mayor era un estetoscopio singular con el que se podía escuchar el revoloteo de las mariposas en el estómago.
En todo caso, había cumplido la promesa de la originalidad pero nada lo había preparado para las malas noticias.
Siguiendo todos los protocolos de bioseguridad, con tapabocas puesto tanto él como los señores del conjunto vallenato, a la entrada del hospital una señorita muy amable, que conocía la historia de amor que había nacido entre ellos, lo detuvo con voz trémula y sin anestesia:
-La jefa ha muerto. Murió de Covid-19 la semana pasada.
El silencio fue bestial.
El quedó desencajado con la noticia. Hizo recorderis: probablemente él la contagió con aquel beso apasionado el día que le dieron salida.
En adelante el final de esta historia queda en manos de los lectores.
Si crees que la historia debe terminar en un baño de lágrimas, ve a:
Si crees que Ludovico debe triunfar como escritor, ve al FINAL 3
Si crees que Eduviges debe revivir, ve a FINAL 4
Si te gustan los finales rosa, ve a FINAL 5
LUIS EDUARDO LEÓN. Mejor conocido como “León”, es uno de los artistas que domina todas las ramas del humorismo gráfico. Nacido el 6 de mayo de 1957 en Bogotá, estudió diseño gráfico en el SENA y dibujo artístico en la Universidad Nacional de Colombia. Ganador de importantes festivales de humor gráfico a nivel nacional e internacional, sus trabajos han sido publicados en importantes medios colombianos como la Revista Los Monos del diario El Espectador. También ha sido ilustrador de importantes casas editoriales como Voluntad, Norma y Carvajal.
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ALEXANDER VELÁSQUEZ. Periodista, bloguero y podcaster. Es un defensor de la dieta de redes sociales en favor de la salud mental. Su primera novela va por mitad de camino y la trama transcurre en tres escenarios: Bogotá, Miami y alguna ciudad italiana. Disfruta uno de los mejores papeles de su vida: ser abuelo de Mélony. Él le dice así pero ella se llama Melanie Sofía.