Cuentos de la pandemia 3: EL CADÁVER

Cuentos de la pandemia 3: EL CADÁVER

Autor: ALEXANDER VELÁSQUEZ *

Ilustraciones: BETTO *

Un cadáver se presentó en la estación de policía afirmando que sabía quién era su asesino. Llovía aquel día de mayo, por lo que llegó con un paraguas sin abrir.  Por lo pinta y por el modo de hablar, se supo que era un auténtico cachaco, de los de antes.

Lo recibió un detective regordete, que impávido lo miraba directamente a los ojos, sin asustarse, porque desde chiquito la mamá le enseñó a temer a los vivos, no a las muertos.

Sin embargo, nunca había conversado con un difunto y éste lo era aunque todavía no oliera a cadaverina.

-Se va a resfriar, fue lo primero que le dijo el investigador al verlo todo empapado.

-Ala, carachas, ¿cómo estás?, saludó el cadáver, que no perdía los buenos modales ni estando muerto.

Estaba tan perfectamente maquillado que pasaba por vivo de veras, de no ser por la piel rígida de color rojo violáceo que lo delataba;  al igual que el morado de sus labios,  trozos de algodón en cada orificio de la nariz y   el  delicioso  olor a flores de jazmín que exhalaba, revuelto con  un aroma afrutado, como a frambuesas y piñas.

-Este hombre debió ser de los que sí se comía las cinco porciones  diarias de fruta que recomiendan los médicos, pensó el detective, que en cambio emanaba  un fuerte olor a chunchullo, pues era de los que almorzaba un vez por semana en el piqueteadero de la esquina, y ese día había ido.

-Morí de Coronavirus pero me hubiera podido salvar, dijo el difunto en su primer quejido.

Recordaba con lucidez las horas previas a la muerte. Se había trepado en una butaca para cambiar un bombillo de la casa  y en un descuido se fue de bruces –por no decir que de jeta- contra el mundo,  rompiéndose la cadera.

Sin pestañear, el detective lo observaba de arriba abajo, de arriba a abajo, como el borracho que caminaba por las calles del Cesar en  el  vallenato de La Banda Borracha. Notó que el finado  llevaba en la mano un tapabocas, y le pidió ponérselo por bioseguridad.

Preguntó: -A ver si comprendo. ¿Me dice que en su cuerpo se cometió un crimen? Si es así, por favor dígame ¿quién lo mató?

-Encierren al señor Presidente de la República, respondió con premura el cadáver.

-Explíquese señor, dijo el detective, llevándose a la boca un pedazo de longaniza que sobró del almuerzo.

-¿Se lo explico con plastilina o qué?, bromeó el occiso. Y cuando notó que el detective no estaba para chistes pendejos, continuó el relato:

-Si yo hubiera estado vacunado contra el Coronavirus, todavía estaría vivo. La caída me mandó directo al hospital por un problema de cadera y allá agarré el puto bicho ese.

El cadáver, que aparentaba unos 82 años de edad, culpó de su muerte a la negligencia estatal, en cabeza del Primer Mandatario, argumentando retrasos en la importación de las vacunas.

Tenía en el bolsillo del pantalón el recorte, arrugado por cierto, de un periódico español que le daba la razón: en él se denunciaba la demora en la compra de los biológicos. “La realidad con los datos de hoy en la mano es que la vacunación en Colombia empezó tarde, y no va deprisa”, decía la nota de prensa.

-Encierren al Señor Presidente, insistió el cadáver y si es del caso, también al señor Ministro.  Yo debería estar estrenando cadera y no chupando gladiolos, añadió, visiblemente disgustado.

Sacó un teléfono móvil –que por lo general permanecía  en modo avión porque en el más allá no entran llamadas- y abrió Twitter cuando le dieron la clave del wifi en la estación. Le mostró al detective un tuit del señor Ministro de Salud. Se leía claramente lo que el funcionario escribió para la posteridad: “El sistema de salud debe atender con respeto y dignidad. Y los colombianos debemos respetar la prioridad de quienes tienen mayor riesgo.” 

-Yo era población de riesgo y no me trataron con dignidad, se lamentó el cadáver, que no es lo mismo que se la mentó el cadáver.

-Lo que usted dice es muy delicado. Podría encerrarlo por temeridad, alegó el detective, acariciando su mostacho; por cierto, un tipo de bigote muy raro en aquel tiempo.

-Pero recuerde que estoy muerto, ripostó el muerto en tono sarcástico.

El detective ya se había puesto de mal genio.

-Disculpe, usted aparte de muerto está loco… Dígame, ¿en el más allá no leen noticias?

-El tiempo solo alcanza para dormir, replicó un poco ruborizado el cadáver. Súbitamente se le había quitado la palidez.

-Si leyeran noticias, sabría que a la fecha, mayo de 2021,  el coronavirus, ha dejado más de 3,3 millones de muertes en todo el mundo, mi querido amigo. ¡Habría que encerrar a todos los presidentes, mi querido amigo!

Muerto de la piedra, sintiendo que había perdido su tiempo con el fulano, el cachaco –o sea, el cadáver- optó por irse, muy aburrido, por donde él mismo había llegado, haciendo un saludo post-mortem en señal de respeto por los vivos. Del afán, olvidó la sombrilla… perdón, el paraguas, así que debió mojarse otro poco.

-Que en paz descanse le dijo el detective, para darle un poco de ánimos, mientras lo veía marcharse… vaya uno a saber a dónde.

Sinceramente, el detective se sintió avergonzado e inútil.  Luego algo confirmó su incompetencia:

-Oiga… oiga… disculpe, disculpe… ¿de qué cementerio vino usted?, gritó acercándose a la puerta.

El investigador debía diligenciar el reporte para que le creyeran que juntos, el vivo y el muerto, habían sostenido tal conversación.  Pero fue demasiado tarde. El cadáver regresó a la morgue a que le practicaran la autopsia para saber si en realidad había muerto de Covid-19, porque la duda lo mataba, y al mismo tiempo el detective se despertó  de la siesta de las 2:00 de la tarde, la hora en que los mortales sueñan más pendejadas por dormir con el estómago lleno.

Medio atolondrado, se preguntó si pesadilla y pesadez estomacal tenían algo que ver.

-¡Qué pendejo soy, ni le pregunté el nombre!, dijo el detective.

-¡Qué pendejo soy, ni le pregunté el nombre!, dijo el cadáver.

FIN 

BETTO es su alías porque su nombre real es Alberto Martínez. Caricaturista de El Espectador desde 1998, profesor de humor gráfico en la Universidad Javeriana desde 2003, es autor de 6 libros y ganador de 10 premios de periodismo.

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ALEXANDER VELÁSQUEZ. Escritor, periodista, bloguero y podcaster colombiano. No le teme a nada: simplemente a las ratas, a los temblores, a la gente sin humor, a los ruidos a la una de la mañana y al Coronavirus. Ah, y a los cadáveres que hablan.

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  1. Muy interesante está, en el momento de leerla recordé cuando se va ha alguna diligencia y los que atiende no tienen claras las funciones que deben hacer. Adicional cuando se entabla una conversación con alguien en algún de la ciudad y no decimos nuestro nombre y tampoco le preguntamos al otro este y se habla de diferentes temas. Luego cada uno se va y no se supo quién era el fulano.

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