Este último relato de la serie está inspirado en Melanie Sofía, y todos los niños “pandemials”, en especial mi sobrina Helena, y mis primos Salomé, Martheen y Emilio.
Es también un homenaje al cosmólogo y científico Stephen Hawking
“Todas las personas mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan)». De El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry
Texto y fotografías: ALEX VELASQUEZ
Asesor: GERMÁN PUERTA, apasionado de la astronomía
Mel-A-Nie es una viajera del tiempo. En su mundo hay platillos voladores que viajan más rápido que la luz. Por lo tanto, ella puede conocer nuestro mundo pero nosotros no el de ella. No hasta que tengamos la tecnología para construir máquinas así de increíbles.
Atravesó agujeros negros, esquivó los sótanos del infierno, se hizo selfies en los anillos de Saturno, visitó el planeta de El Principito, -del tamaño de una casa enorme en el que hay tres volcanes y una rosa, desde donde juntos vieron muchas puestas de sol-; observó la cara oculta de la luna desde el asteroide Bennu, de 500 metros de diámetro, (los humanos creen que esta roca espacial podría chocarlos en el año 2135); se deslizó por agujeros de gusano como quien pasa por entre un tobogán y así pudo acortar distancias para llegar un 19 de noviembre a la Tierra, en plena pandemia de coronavirus, tras ocho años de viaje. Había partido del año 2030 desde el planeta de los helados. Tenía once años, pero en la Tierra se veía como una hermosa bebé.
Después de recorrer el planeta y escanearlo con su mente, la nave ingresó por La Guajira colombiana, un territorio desértico, donde Mel-A-Nie observó con tristeza que los niños morían por falta de agua y alimento.
-Así fue el principio del fin de otros planetas donde hubo vida en el pasado, sollozó.
La nave, redondita como una arepa de maíz y de muchos colores como el arco iris, surcó tres cordilleras y cuando por fin llegó a Bogotá, observó ríos de gente inconforme que protestaba en la calle y unas máquinas que parecían gusanos gigantes de color rojo con gente en su interior apeñuscada.
Aterrizó al lado de una iglesia blanca en lo alto de una montaña, donde niños de todos los tamaños y colores, vestidos con camisetas y pantaloncitos calientes, le dieron la bienvenida con algodones de azúcar rosados y avioncitos de papel. Los avioncitos eran una reliquia porque el papel había desaparecido, lo mismo que vastas extensiones de selva.
-Soy Mel-A-Nie, vengo de la Constelación Escorpión y nuestra principal estrella se llama Antares, dijo con una voz robótica, mientras descendía del OVNI a través de unas cuerdas cósmicas de un color que no existía en la Tierra.
Presidían la comitiva Helena, Salomé, Martheen y Emilio, cuatro niños “cuarentenials”, llamados así porque nacieron durante la última pandemia que azotó al planeta. Eran primos de Mel-A-Nie pero no lo sabían.
Mel-A-Anie era semejante a los humanos, sólo se diferenciaba de estos por su voz metálica, una versión de La Pequeña Maravilla, y su mera presencia demostraba que la vida inteligente no era exclusiva de la Tierra. Su nombre se escribía Melanie Sofía, que significa “la que posee sabiduría”.
Con tal sapiencia cósmica, les dijo que los creadores de la ciencia ficción han sido extraterrestres que conviven con los humanos sin que éstos lo sepan, refiriéndose a escritores como Julio Verne, Isaac Asimov, Ray Bradbury o H.G. Wells.
Foto tomada en la librería del Centro Cultural Gabriel García Márquez (Bogotá)
-Solo quienes viajan en el tiempo pueden escribir libros tan maravillosos, comentó.
Mel-A-Nie tenía una conexión especial con los niños, a quienes de forma telepática les transmitía conocimientos. A su vez ellos, que entendían sin tener que preguntar dos veces, les explicaban a los adultos, que eran más bien tontos que se hacían un ocho con los asuntos del cosmos.
Contó que en su planeta todas las criaturas se interesaban por la ciencia y el universo desde que aprendían a caminar. En sus cumpleaños les regalaban telescopios, lluvia de estrellas en vez de lluvia de sobres o réplicas del sistema solar, y al crecer escogían profesiones geniales: guardianes espaciales, agentes del tránsito celeste, vendedores de viajes en el tiempo, cosmonautas y astronautas, cosmólogos astrobiólogos, astrónomos, astrofísicos, escritores de ciencia ficción, inventores de naves, arquitectos de agujeros de gusano, arqueólogos de supernovas, auxiliares de ovnis, artistas que pintan cohetes, fotógrafos de planetas, modistos de trajes espaciales y cazadores de basura espacial.
Salomé le preguntó a quién admiraba más en todo el Universo y con sus manos ella dibujó en el aire el holograma de un personaje con gafas y cara de sabelotodo. Era el mismísimo cosmólogo Stephen Hawking.
-Ustedes –dijo ella- fueron bendecidos con su presencia.
Los niños hicieron un círculo para escuchar las historias del científico, que era famoso más allá de la Vía Láctea. Por él se supo que existen alrededor de mil estrellas a menos de treinta años luz de la Tierra y que los humanos han existido como especie biológica durante aproximadamente dos millones de años.
Foto tomada en Selfie Museo Bogotá
Martheen, maravillado al escuchar esto, concluyó que en muchas de esas estrellas hay planetas habitados por una simple razón: en la Tierra la civilización empezó hace apenas diez mil años, “así que el resto del tiempo –dijo- hemos tenido otros hogares en el universo”.
-Es-tás-en-lo-ci-er-to, dijo Mel-A-Nie. Y en seguida leyó algo que escribió el profesor Hawking antes de marcharse de este mundo: “Una de cada cinco estrellas tiene un planeta del tamaño parecido al de la Tierra girando a una distancia de la estrella compatible con la vida, tal como la conocemos”
Confirmó que las estrellas se iluminan con el fin de que cada ser humano encuentre la suya a su debido momento, como dijo El Principito.
La niña del espacio –que era una voraz lectora- les habló de la existencia de once dimensiones y no solo las cuatro conocidas en la Tierra (profundidad, anchura, altura y tiempo), y les contó sobre los universos paralelos, mundos donde hay réplicas de cada criatura inteligente, “lo que significa que cada uno de nosotros tiene multiplicidad de historias y finales”.
Así, por ejemplo, en un universo Mel-A-Nie es científica experta en mecánica cuántica, en otro es novelista especializada en amores marcianos, en otro bailarina, y así sucesivamente.
-Pero, ¿en todos los universos hay gente mala como Hitler?, preguntó Helena.
-En los universos paralelos la gente mala no existe, porque la maldad se corrige con amor, explicó.
En ese momento hacía bochorno en Bogotá como consecuencia del calentamiento global y Mel-A-Nie se puso triste por la terquedad de la raza humana. Afuera tenían fama de terriblícolas, terrícolas con mala reputación.
-Si no actúan ya, la Tierra será como Venus: hirviente, con lluvias de ácidos sulfúricos y temperaturas de 450 grados centígrados, como lo advirtió el profesor Hawking. ¡Venus huele a huevo podrido!
-Están a tiempo para detener el caos. Tienen plazo hasta el día seis de junio del 2040, dijo para infundirles esperanza.
En esa última frase había un mensaje oculto que los cuatro primos descifraron al instante. La fecha correspondía al número 666, referente al Apocalipsis: seiscientos sesenta y seis. El número que espantaba a los terriblícolas.
Temiendo morir chamuscados, los líderes mundiales les prometieron a los niños atender el asunto. Mel-A-Nie creyó en su buena voluntad, no sin antes regañarlos por ser brutos, ciegos, torpes, trastes y testarudos.
En esas, la puerta del platillo volador se abrió y apareció una segunda criatura. El mismísimo Principito con sus rizos de oro. Mel-A-Nie lo recogió en su planeta, el asteroide B-612. Era la segunda vez que venía a la Tierra, como fue el deseo del aviador que lo encontró cuando vino la primera vez. En esta ocasión traía tres flores y tres mensajes para la humanidad.
Foto tomada en la librería del Centro Cultural Gabriel García Márquez (Bogotá)
La primera flor se la entregó a Emilio y le dijo: “Es una locura odiar a todas las rosas sólo porque una te pinchó. Renunciar a todos tus sueños sólo porque uno de ellos no se cumplió”, para darles a entender que se debe perseverar hasta alcanzar las metas.
La segunda flor se la entregó a Martheen y le dijo: «Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante», para darles a entender que la familia es lo más importante en cualquier lugar del Universo.
La tercera flor se la entregó a Helena y le dijo: “¡Tú y solo tú tendrás estrellas que saben reír!”, para darles a entender que siempre recordaremos a aquellas personas ya no están, “y su luz sigue brillando sobre nosotros después de que se hayan ido”.
Mel-A-Nie era en realidad la primera hada alienígena de la historia. Desplegó sus alas encantadas hechas de hilos dorados y millones de binoculares preciosos volaron por doquier para que en adelante nadie dejara de admirar el firmamento. Desde ese día, cuando alguien se sentía triste se curaba con solo contemplar el cielo nocturno.
Antes de marcharse, Mel-A-Nie les dejó otro mensaje.
-Sean agradecidos por compartir una época y un planeta.
Melanie Sofía y El Principito abordaron el platillo volador: los esperaba un año sabático que incluía un tour por el planeta de los simios, el planeta de los dinosaurios y el planeta de los gigantes antes de aterrizar en Ganímedes, la luna más grande del sistema solar donde jugarían a los avioncitos de papel con los niños jupiterianos. Al final de las vacaciones llevó al Principito a conocer el planeta de los helados, donde le enseñó a preparar algodones de azúcar.
Foto tomada en Selfie Museo Bogotá
FIN
GERMÁN PUERTA RESTREPO Asesoró la información científica contenida en este cuento. El doctor Germán Puerta es conferencista y divulgador en temas de Astronomía y ciencias afines para niños, jóvenes y adultos. Escritor de libros de divulgación científica con énfasis en astronomía. Miembro de la Asociación de Astronomía de Colombia, ASASAC, de la Asociación de Aficionados a la Astronomía de la Universidad de los Andes, ASTROSENECA, de la Asociación Colombiana para el Avance la Ciencia, ACAC. Expresidente de la Red de Astronomía de Colombia, RAC. Exgerente del Planetario de Bogotá. https://www.astropuerta.com.co/ @astropuerta en Instagram y Twitter
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ALEX VELÁSQUEZ Periodista, bloguero y podcaster. Publicó sus primeros cuentos a la edad de 20 años en la revista Los Monos del diario El Espectador. Se dedicó al periodismo y se le olvidó que le gustaba inventar historias. Con el encierro a causa del Coronavirus le empezaron a llegar las ideas, a veces a través de los sueños y otras al contemplar desde su natal Bogotá el cielo estrellado. Así nació la serie de diez relatos titulada Cuentos de la pandemia.